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TODO A PULMÓN

Pierre y el prisionero

Pierre y el prisionero

"Se tardan veinte o más años de paz para hacer a un hombre, y bastan veinte segundos de guerra para destruirlo" (Balduino I, rey de Bélgica).

Durante la Segunda Guerra Mundial y tras el desembarco de Normandía, cuando las tropas de Hitler se batían en retirada de la Francia que meses antes habían ocupado con pasmosa facilidad, un grupo de campesinos franceses hicieron prisionero a un soldado alemán. Le pusieron a buen recaudo en una celda improvisada en los sótanos de la casa de uno de ellos, llamado Pierre. Dieron parte al ejército y se les comunicó que, debido a la proximidad del frente, era extremadamente arriesgado enviar una patrulla a recoger al prisionero, por lo que se les ordenó mantenerle vigilado hasta que dicha operación fuera factible, lo que tendría lugar en breve. 

Así Pierre se encontró con un incómodo huésped en su propiedad, pero acató las órdenes del mando militar. Su familia había marchado a otra localidad más segura y alejada del frente y él había quedado allí cuidando de la pequeña hacienda familiar. Durante el día recibía constantes visitas de sus compañeros de la resistencia civil, pero por las noches quedaba a solas con el germano que habían escondido en el sótano. Al principio se limitaba a visitarle para darle algo de comida pero poco a poco, sobre todo por las noches, Pierre y su prisionero empezaron a comunicarse apenas por gestos y por las pocas palabras galas que el alemán había aprendido. 

A medida que el tiempo pasaba las charlas eran más largas y fueron trabando cierta amistad. Se contaban cosas de sus respectivas ciudades y de sus familias, se mostraban fotos de éstas, compartían comida y bebida e incluso reían y bromeaban, aunque siempre separados por los barrotes de la celda; nunca se hablaba de la guerra. 

Al fin el grupo de campesinos recibió la noticia de que al día siguiente una unidad de la infantería francesa pasaría a hacerse cargo del prisionero. Cuando quedó a solas con éste, Pierre le comunicó la noticia. Tras un largo silencio, el alemán le imploró que le dejara en libertad, recordándole que tenía una familia de la que cuidar y jurando que su única intención era la de volver a su país junto a ellos. Pierre quedó pensativo durante unos minutos y al final, para sorpresa del alemán, accedió. Le abrió la celda y le hizo un gesto para que saliera. El teutón, tras abrazarle sollozando y agradecerle mil veces el gesto, salió con paso dubitativo a la oscuridad de la noche, temblando de alegría. Apenas hubo recorrido diez metros, Pierre sacó su pistola y le disparó un tiro certero a la cabeza y por la espalda. El alemán cayó muerto. 

Durante el resto de su vida Pierre contó esta historia en infinidad de ocasiones y cuando su interlocutor le preguntaba “¿por qué lo hiciste?”, él, sin inmutarse, daba siempre la misma respuesta: “porque estábamos en guerra y él era un enemigo”.

1 comentario

marienn -

!Tremendo!... pero no tendrá ésto un carácter predictivo, ¿verdad?... Jajaja.