Blogia
TODO A PULMÓN

El descuartizador

El descuartizador
Una de las cosas buenas que tiene el campo es que aún se estilan los pagos en especie, ese trueque de cosas por cosas a espaldas del vil metal que tiene el encanto de las tradiciones antiguas. De acuerdo, en los tiempos que corren puede no ser muy práctico, pero qué quieren que les diga, de vez en cuando y en su justa medida yo lo agradezco más que el frío billetaje.

Hace unas semanas mi señora había resuelto un engorroso reparto de herencia al pastor que “saca las ovejas de paseo” (expresión de mi Beatriz) por los barbechos y cañadas que circundan la cortijada. La complejidad de la herencia residía no en el volumen de bienes a repartir, sino en las consecuencias de esa antigua costumbre de la gente del campo de cerrar los tratos con un apretón de manos y unos chatos de vino en la taberna, sin más papeles ni más formalidades. En parte, claro, porque posiblemente ninguna de las partes contratantes sabía leer ni escribir.

Así que, agradecido, se presentó el pasado domingo el pastor en nuestro cortijo encontrándome yo enfrascado en mis tareas domésticas, ya que mi mujer y las niñas habían ido a ver una camada de cachorros de mastín recién nacidos en un cortijo vecino. Concretamente hallábame yo entregado a la poco noble tarea de pasar el plumero para limpiar el polvo y quitar telarañas de la cocina-salón-cuarto de estar-chimenea, todo en la misma habitación (otra de las cosas buenas que tiene el campo es la pluralidad de usos de las distintas dependencias de un cortijo), cuando oí gritar desde el portón “¿quién vive?”. Reconocí al instante la voz del pastor y grité a mi vez “¡pasa Juan, estoy aquí!”. Le vi a través de la ventana cruzar el patio con un saco de los que se usan para el abono de los olivos en su mano derecha que, a simple vista, parecía pesar bastante. Desde la puerta de la casa volvió a gritar “¿se puedeeee?”, pese a que me encontraba a menos de cinco metros de distancia. “¡Pasa hombre, que estás en tu casa!”, le grité a mi vez.

Sin atreverse a cruzar la entrada del salón me miró de arriba abajo desde el umbral y sus ojos se detuvieron en el plumero que yo tenía en la mano derecha.

- ¿Qué haces?- dijo, pero sonó más a exclamación que a pregunta. En Andalucía “¿qué haces?” o “¿dónde vas?” son fórmulas de salutación equivalentes a “buenos días, ¿cómo estás?”. No obstante yo opté por tomarla al pie de la letra.
- Pues ya ves, limpiando el polvo un poco.
- Ya – y quedó un rato pensativo, para añadir segundos más tarde- ¿Es que le ha pasao algo a tu mujer?
- No, ha ido con las niñas a donde el Bartolo a ver los perrillos nuevos, ... ¿querías verla?

Su expresión era la de no dar crédito a lo que sus ojos veían. Contrariado masculló un “entonces ...” y yo sabía lo que venía después (“¿por qué no limpia tu mujer, que pa eso está, y tú vas con las niñas?”), pero por algún motivo prefirió eludir la pregunta.

- Yo es que “sus” traía un choto, por lo de los papeles de mi padre. De parte de mis hermanas y de la mía, claro, mu agradecíos – dijo moviendo el saco, despejando así toda duda acerca de su contenido.
- Hombre Juan, pues muchas gracias pero no os teníais que molestar, hombre, que ya sabes que lo hacemos encantaos – contesté.
- No, si no es molestia. He matao el más “ternico” y te lo he traío ya pelao.- y lanzando una significativa mirada al plumero añadió- ... igual preferías que te lo hubiera traío troceao también.

Aquel último añadido me picó en lo más profundo de mi orgullo, puede que hasta sin razón. Vale que trajera despellejado al animal, una tarea que no es fácil si no tienes mucha práctica y que requiere de cierta infraestructura, pero poner en duda mi capacidad para trocear un choto podía ser sinónimo de cuestionar mi virilidad y no estaba dispuesto a tolerarlo. Uno tiene una reputación que mantener.

- No, está bien así, pero mira, ya que estás aquí lo troceamos ahora mismo en el patio. Espera que voy a por el hacha y me echas una mano agarrándolo mientras le atizo – había que dejar claro que el descuartizador iba a ser el menda, y ante sus propios ojos, así que pronuncié el “atizo” con toda la bravuconería de la que fui capaz.

Dicho y hecho, solté el plumero y entré raudo en busca del hacha. Una vez en el patio sacamos el rojo cadáver del saco y lo pusimos sobre un tronco de madera que ya he utilizado otras veces para tal menester. De haber estado solo habría meditado una y mil veces cada hachazo, la mejor posición en la que colocar la pieza y el lugar exacto en el que descargar cada golpe. Pero en presencia de Juan y con tales antecedentes había que mostrar resolución en el ademán y ninguna vacilación. Así que, como si de mi peor enemigo se tratase, empecé a descargar un hachazo tras otro con verdadera saña sobre el cuerpo inerte del choto, notando como el hacha quebraba en seco cada uno de sus huesos hasta quedar bien clavada en el tronco de madera, mientras profería todo tipo de maldiciones e insultos hacia el desdichado animal.

Unos minutos después, sudando pese a las bajas temperaturas del día, miré satisfecho el montón de carne despiezada.

- ¿Qué? – le espeté a Juan con gran tono de satisfacción - ¿Corta o no corta el hacha?

Él se limitó a asentir con gesto de evidente aprobación. Estaba claro que aquella carnicería había disipado todas sus dudas, y tras despedirse y agradecerle yo una vez más el detalle, se marchó.

A solas otra vez pensé que ya que tenía la carne recién partida no estaría mal una abundante ración de choto al ajillo para acompañar la comida y sorprender con semejante manjar a mi esposa e hijas a su regreso. Por alguna extraña razón, en el campo la única tarea culinaria reservada a los varones es la de mover la masa de las migas cuando se hacen en una lumbre de palos, labor que requiere de grandes dosis de fuerza en la muñeca derecha (o izquierda, si se es zurdo, claro) y que al cabo de unos minutos produce grandes dolores en dicha articulación, por lo que es necesaria la participación de más de un macho, cuyo grado de hombría se mide en proporción directa al tiempo que aguanta rasera en mano, naturalmente.

Pero uno es un “cocinica” irredimible, así que me puse manos a la obra con el choto. El problema fue que, en pleno guiso, se presentó el guarda del coto, viéndome sorprendido por segunda vez en pocas horas en una actitud poco apropiada para un hombre supuestamente de campo como yo.

- ¿Hay alguieeeeen? – gritó desde el portón.
- ¡Pasa Pacoooo, estoy aquí dentro!

Desde el umbral del salón se quedó mirándome, en idéntica pose a la adoptada minutos antes por el pastor, enfundado yo en un delantal rojo de lunares blancos que asemeja un vestido de flamenca, con propaganda de Coca-Cola, que me regaló el dueño de un bar durante la pasada feria. Debía estar verdaderamente ridículo a juzgar por la expresión de su cara, pues resultaba evidente que se estaba descojonando por dentro, aunque consiguió mantener la compostura.

- ¿Qué haces? – la pregunta sonó esta vez a plena incredulidad, como quien sorprende a un suicida instantes antes de lanzarse al vacío.
- Pues ya ves, aquí cocinando. Pasa que en cuanto mueva esto un poco estamos echando unos vinos- contesté con la mayor naturalidad que me fue posible.
- ¿Es que le ha pasao algo a tu mujer?...

Lo malo es que ahora no tenía ningún choto que descuartizar.


NOTA: Como ya habrán deducido, la ilustración que acompaña a este relato la elegí por el hacha, naturalmente.

3 comentarios

ppilla -

jajajajajaja, hasta ahora no he podido leer el escrito, sobran comentarios, yo que conozco bien el entorno no puedo por menos que ponerle imágenes y mearse de la risa imaginando la cara de los vecinos, jajajajaja, sobre todo el que te pilló con el delantal de lunares, jajajajajajajaja.

Civis -

Tengo que reconocer que el escrito lo he leído dos veces y en días distintos. La segunda vez, de forma más pausada, disfrutando cada momento de la historia.
De paso, quiero dejar claro que mi cariño y admiración al escritor es puramente fraternal. Vale, chicas?

marienn -

Ya, ya… jajaja…. A este paso…te veo felicitando la navidad a los del campo con un calendario de propaganda, pero “al desnudo”, disimulando las partes pudendas con el delantal de lunares para que no se te vea el plumero, jajajaja… ¿El tractor de fondo y admirando fotos de tu prima la de Murcia estratégicamente colgadas?. Aisssss…. ¡cuánto queda por reparar!.