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TODO A PULMÓN

Éste es de los míos

El pasado 2 de noviembre leí en prensa esta crítica televisiva firmada por José Javier Esparza. Qué bien nos lo íbamos a pasar los dos tomando unos vinos:

Aún sueño con ella. La otra noche apareció en pantalla, a la hora de ‘Gran hermano’, una mujer cuyos rasgos recordaban vagamente a los de Mercedes Milá, pero en una disposición nueva y con un atavío inesperado, todo morados y negros sobre una palidez macilenta, exudando una suerte de sexualidad mórbida, a mitad de camino entre la señora Monster y un anuncio de páginas necrófilas en Internet. ¡Pero qué miedo, oiga! “No, hombre: era, en efecto, Mercedes Milá, que se había disfrazado de gótica por lo de Halloween”. Ah, ¿sí? ¿De ‘gótica’? ¿Flamígera, acaso? Porque renacentista no parece. ¿Y Halloween dice usted, o sea ‘jalogüín’, como dicen por acá? ¿Y Mercedes Milá se ha disfrazado de eso por propia voluntad o la han obligado? Aquí se está poniendo de moda exhibir enormes tragaderas en nombre del buen rollito y la cordialidad a todo trance, pero, ¿qué quiere usted qué le diga? Me resulta deplorable la actitud de estos idolillos de la teleprogresía que van por la vida de antiamericanos viscerales y, al mismo tiempo, se convierten en ejemplos vivos de la colonización cultural norteamericana, ya sea cantando a Nueva York como la meca necesaria del género humano, ya calzándose zapatillas domésticas como estas del ‘jalogüín’.


Nunca se repetirá bastante que este ‘jalogüín’ televisado a todos los rincones del globo (porque la flojera de remos identitarios no es cosa sólo española) desde algún lugar de ‘jolivú’ no es más que una degeneración comercial y boba de una vieja fiesta pagana completamente desvirtuada, y viene a suplantar a otra fiesta cristiana deliberadamente olvidada. Tanto el viejo ‘samain’ céltico como el no tan viejo día cristiano de difuntos coinciden en festejar la hermandad de muertos y vivos: todos formamos parte de la misma comunidad. Por el contrario, ‘jalogüín’ es una mascarada fúnebre que consiste en cubrir el miedo a la muerte y la repulsión a los muertos con la puerilidad de un disfraz horrible. Habrá quien piense que todo esto no tiene tanta importancia; bueno: que me lo cuente cuando esté criando malvas y nadie le recuerde como a un hermano que se fue, sino como a un repulsivo zombi con cara de calabaza. ¿No dicen que la cultura se construye sobre el culto a los muertos? Pues bien: ‘jalogüín’ es un perfecto ejemplo de cómo la televisión contribuye a destruir una cultura desde sus propios cimientos. Que eso se abandere en programas como ‘Gran hermano’ es, después de todo, completamente natural: sólo en la apología permanente de la vacuidad espiritual e intelectual puede crecer una monstruosidad como esta. Lo que pasa es que, en ese sentido, ‘Gran hermano’ es un espejo fidelísimo de nuestra sociedad. Y doña Milá, nuestra patrona.

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