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TODO A PULMÓN

La búsqueda

La búsqueda  

 

Pocas cosas resultan tan reconfortantes en esta vida como dar cumplimiento a los deseos e ilusiones de un hijo. Y mi hija Claudia lo ha tenido clarísimo desde que dijo su primerísima palabra: "ya-ya" ("gua-gua") señalando desde su sillita de paseo a todo perro que se le ofrecía a la vista; desde ese día tener un perro en casa se convirtió en su máxima aspiración en la vida.

 

Tanto su madre como el abajo firmante habíamos resistido hasta ahora con denodado esfuerzo todos sus envites y chantajes emocionales, negándonos inflexibles y recurriendo a sucedáneos en inútil esperanza de colmar sus anhelos. Pero todos, desde los peluches hasta el conejo "Tambor" (q.e.p.d.), pasando por las mascotas virtuales de la Nintendo, se revelaron insuficientes. Incluso lo son los cachorros de cortijos vecinos con los que puede jugar durante los fines de semana. Claudia quería un perrito en casa al que poder pasear por calles y parques que, con el tiempo, fue definiendo incluso en raza, sexo y pelaje: un cocker, macho y color canela. Así un día tras otro, inaccesible al desaliento, durante nueve años.

 

Y al final, claro, hemos claudicado (palabra, por cierto, que parece tener igual raíz etimológica que el nombre de mi hija). Así que, sin que ella se enterase, hubo que buscar perrito. Y el primer lugar donde uno busca, por lógica, es en una tienda de animales.

 

La cosa pareció empezar bien, pues Jose, el dueño de la tienda con el que hice buenas migas en mi época de criador de un conejo enano, me dijo que precisamente una clienta acababa de tener una camada de cockers (bueno, la clienta no, sino su perra, naturalmente) y que en unos diez días podría ponerlos a la venta. Eso sí, eran blancos y negros. Pasando por alto el inconveniente del color  hice la oportuna reserva y le di todas las facilidades del mundo para localizarme a cualquier hora del día o de la noche cuando llegaran los cachorros, no sin antes advertirle que me iba la vida en ello (y a él, por extensión, también).

 

Pasaban los días y sin noticias de Jose, así que me pasé una mañana por la tienda para escuchar las nefastas noticias: los cockers habían sido vendidos a un tercero y, de momento, no había posibilidad de hacerse con cachorros de esta raza. Mi gozo en un pozo. Faltaban veinte días para la Comunión, así que había que ponerse las pilas. A la doña, de momento, mejor no comentarle el contratiempo, le ahorraremos nuevos agobios.

 

No podía permitirme otro par de semanas esperando a que otra tienda intentase localizar el perro sin garantizarme el resultado, así que el siguiente paso fue el "hágalo vd mismo" (no sé cómo me las apaño pero siempre acabo en este paso) y, ¿dónde está todo lo que uno puede necesitar sin tener que moverse de casa?. Efectivamente: en internet.

 

Llegado este punto tengo que matizar que soy primerizo en esto de tener un perro y no tengo ni la más remota idea en cuestiones de crianza canina, así que todas mis observaciones pueden resultar obvias para un "iniciado" en esta materia, pero para mí han supuesto el entrar en una nueva dimensión.

 

Primer contacto: una chica de Madrid, tiene una camada de cockers de color negro. Llamo. Me contesta una voz amable y de mediana edad. Sólo le queda una hembra "... de la que no pensaba deshacerme, pero mi "Luna" está terriblemente celosa. Mi "Luna", que es la madre del cachorro,  tiene embarazos psicológicos (¡!) y para acabar con ellos el veterinario me recomendó que la cruzara para que tuviera un embarazo real. ¿Tú querías el cachorro con pedigrí?" No tengo ni idea de qué es eso, me suena a algo relacionado con la pureza de raza, así que le contesto con sorna que me da igual, que yo con que tenga cuatro patas y un rabo ya voy bien servido. Mi interlocutora no parece entender la broma, y sigue hablando sin parar: "¿Te importaría si te la quedas que te llamara de vez en cuando para saber cómo está la perrita?" -esto ya me hace menos gracia-. "Igual hasta podríais venir de vez en cuando por Madrid para que madre e hija mantengan el contacto"-. Lo que me faltaba, ir de vacaciones a visitar a la familia del perro. Me excuso diciendo que yo en realidad lo que quiero es un macho de color canela, lo cual parece contrariar bastante a la dueña de "Luna", la perrita con embarazos psicológicos, y me despido atentamente de ella (de la dueña) agradeciéndole su amable charla.

 

Segundo contacto: un móvil de no se sabe dónde, claro. Llamo. Me contesta una voz masculina con ligero acento gallego. Vende un cocker color canela, macho, con cuarenta días (supongo que es la edad del perro aunque en principio, será por deformación profesional, me suena a pena privativa de libertad). Todo va bien, precio incluido. Pero llega la hora de hablar de la entrega. "Tendrías que venir aquí, no los mando por SEUR porque una vez envié uno a Valencia y llegó muerto". Al escuchar esta frase mi mente, al galope, va haciendo algunas deducciones al par que se abren nuevas interrogantes:

 

  1. No sabía que se podían enviar perros por SEUR, habrá que tenerlo en cuenta.
  2. Debe ser muy traumatizante abrir un paquete y encontrarte un perro muerto. Yo lo primero que pensaría es que me encuentro en el punto de mira de la mafia siciliana o calabresa.
  3. ¿Dónde demonios estará "aquí"?

 

Opto, no sin cierto miedo por el acento de mi interlocutor, por desvelar la última interrogante. "San Vicente de la Barquera", me dice, "¿tú de dónde llamas?". Por un momento me pasa por la mente la imagen del viaje de vuelta: el menda cruzando la geografía patria en el Vectra con un cocker sentado en el asiento de atrás que no para de protestar y de pedir que pare para echar un cigarro o una meadita, amenazando con hacerlo en el propio asiento. Me excuso alegando la notable distancia a recorrer.

 

Y así cerca de una decena de llamadas a Valencia, Barcelona, Madrid otra vez, ..., con los resultados más dispares, aunque todos adversos a mis intereses. Estoy por entregar la cuchara y admitir sin más que hoy no es mi día. Marco el que me prometo a mí mismo que es el último número, al menos por hoy.

 

Último contacto: otro móvil anónimo. Llamo. Voz de hombre. El "¿quién ehh?" inequívocamente andaluz me da ciertas esperanzas. Tiene dos machos ("hasta ayer tenía diez") color canela, pero "... a las 15.30 salen para Ciudad Real. Si vienes antes te puedo vender uno". Por un momento me viene a la mente la imagen de dos cachorros solos en un andén de la estación con sus maletas esperando para coger el tren a Ciudad Real, pero vuelvo a centrarme en mi problema.

 

Son las 13.00 horas así que de no ser Granada o Córdoba, e incluso arriesgándome a perder diez puntos de golpe (por no hablar de la propia vida, claro) puede que hasta Málaga o Sevilla, capitales en las que puedo estar en menos de dos horas y media, lo tengo difícil. Cruzo los dedos y le pregunto desde dónde me habla. "Jaén, a siete kilómetros de Jaén capital, un residencial llamado "Puente de la Sierra"...".

 

Algunos os reís cuando lo digo, pero me da igual: ¡Dios es grande!. Toda una mañana recorriendo la geografía hispana por teléfono y resulta que el cachorro está a cincuenta metros del chalet de mis padres. Y además más barato que en ningún otro sitio. ¡Si es que no tengo más remedio que creer!.

 

Así que ya tenemos a "Buddy" (léase "Bady") en casa; el nombre, consensuado por toda la familia, fue a propuesta mía en honor al gran Buddy Holly (lástima que no hubiera acuerdo con "Joe", por Joe Cocker, le venía que ni pintado). Otro día os contaré los avatares de estos primeros días con nuestra nueva mascota, que tienen miga, aunque de momento, todos (hasta mi doña, que nunca ha querido perros) estamos encantados. Eso sí, algo me dice que los vecinos no lo están tanto.

 

2 comentarios

El menda -

¡Ayyy, mujer de poca fe!

marienn -

Mi bienvenida a Buddy, al que espero, algún día, ver por aquí "incrustado"; y al abajo firmante pues mi enhorabuena y que me alegro mucho del encuentro, de veras, aunque supongo que en alguna mano tenían que pintar "oros", ¿no?... ¿al menos por la "divina" probabilidad estadística?... ¡Que ya se vale!. Besos, a todos.