Blogia
TODO A PULMÓN

Bailando con lobos (y con lobas)

Nada más llegar allí te das cuenta de que no estás en un parque temático al uso. En Lobo Park, Antequera (Málaga) todo es más artesanal, ... o cutre, si lo prefieren. Desde la entrada el lugar tiene más aspecto de comuna hippie de los sesenta que de parque zoológico y viendo lo básico de las instalaciones uno duda que allí haya lobos o, de haberlos, se los imagina atados con una cadena dentro de una jaula. Nada más lejos de la realidad.

De los lobos hablaré más adelante, pero lo primero que llama la atención es el personal que allí trabaja, todas mujeres jóvenes, con un aire entre hippie –o grunge, como se dice ahora- y aventurero y todas, al menos de las que yo pude oir, con acento extranjero. La que hace de guía durante nuestra visita tiene ese punto exótico y naturista que le dan su acento francés y el ir por supuesto desprovista de todo maquillaje, y ni falta que le hace. A medida que avanza la visita veo a dos chicas limpiando los establos de los caballos, otras dos reparando una verja, y otra más en la inevitable tienda de souvenirs al final del recorrido, pero ni rastro de varón alguno. No obstante durante la visita la guía hace varias veces mención a un tal Daniel que debe ser el inventor de todo este tinglado. Y habla de él con verdadera devoción, indicando una y otra vez que sólo a él le es permitida la entrada a los cercados donde están los lobos. El permiso se lo dan los propios lobos, naturalmente, ya que él los ha criado desde lobeznos y es el único humano al que permiten acercarse. Al final de la visita pasamos por la humilde tienda de recuerdos y advierto en una pizarra Veleda situada tras el mostrador un mensaje escrito en inglés dirigido evidentemente al personal laboral de la instalación: “esta noche fiesta tras el trabajo, con bikini (o sin él)”. En ese momento alguien pregunta por el, a estas alturas, mítico Daniel y la guía responde con una sonrisa cómplice: “está durmiendo”. Teniendo en cuenta que son las una de la tarde uno no puede evitar imaginarse al tal Daniel como el gran sultán de este harén, el “alpha macho”, como denominan al lobo líder de la manada. Reconozco que sentí cierta envidia.

En cuanto a los lobos los hay y muchos, al menos de cinco razas diferentes y en semi-libertad. Se encuentran en vastas extensiones de monte bajo y al principio cuesta verlos, pero la guía trae consigo un cubo de plástico al que quita la tapa con gran estrépito. Está claro que ese cubo es el que utilizan para llevarles la comida, porque nada más oir el ruido de la tapa abriéndose acude presta la manada a las inmediaciones de la verja electrificada. Y uno contempla con estupor al resto de visitantes, que disparan divertidos y excitados sus cámaras hacia los animales, inconscientes de lo que en realidad estamos viendo. Porque una manada de lobos corriendo hacia uno monte abajo es una cosa que, al menos al abajo firmante, acojona bastante.

Será porque en seguida vinieron a mi memoria las historias que mi abuelo me contaba de cuando él estuvo de maestro en un pueblo perdido en mitad de la Sierra de Cazorla. Como aquélla del paisano al que no se le ocurrió otra cosa (o igual sí se le ocurrió, pero no tuvo más remedio que hacerlo) que ir de un pueblo a otro en su borrico en plena noche de ventisca y a mitad de camino le rodeó una manada de lobos. El hombre, muerto de miedo pero sin mirarlos directamente, no detuvo su cabalgadura y eso probablemente le salvó la vida. Durante todo el trayecto fueron los lobos dando vueltas alrededor de burro y jinete, como pensándose qué hacer, y no les dejaron hasta llegar a la entrada del pueblo. Contaba mi abuelo que aquel vecino, que hasta entonces lució una hermosa cabellera negra, llegó con el pelo completamente blanco. Desde entonces le llamaron “el albino”.

O aquélla de otro paisano que a mitad de la noche oyó gran revuelo en el gallinero y, temiéndose que fueran ladrones, salió por la puerta con su escopeta de cartuchos en la mano, dispuesto a dar escarmiento a los amigos de lo ajeno. El problema fue que se encontró con una manada de cinco lobos, tres de los cuales le rodearon inmediatamente mientras los otros dos daban buena cuenta de las gallinas, a las que accedían merced a un túnel que habían excavado con sus garras bajo la tapia. Y los ejemplares que le rodeaban le enseñaban los dientes con las patas traseras en tensión, prestas a un salto directo a la yugular del paisano, como diciendo “yo que tú no lo haría, forastero”. Así que optó por quedar inmóvil y ni siquiera pudo poner la escopeta en ristre, contemplando impotente cómo los muy cabrones se turnaban en tareas de vigilarle a él y entrar a cepillarse a las gallinas. Así hasta que no quedó ni una y le dejaron allí con los pantalones manchados en su parte trasera, por decirlo finamente.

Cuando ahora les ves acercarse al trote, saliendo desde distintos puntos en abanico, como queriendo rodearnos si pudieran, y aunque de lejos no parecen más que una panda de pastores alemanes bien criados, te das cuenta del instinto que los mueve al mirarles directamente a los ojos; porque tú estás mirando a un animal con, en el mejor de los casos, respeto y admiración, pero él, de no ser por la valla electrificada, estaría mirando directamente a su merienda, ñam, ñam.

1 comentario

ppilla -

... Y al final nos dejas con la duda de saber que tenía el famoso Daniel para ser el único autorizado por los lobos?..., vale, tú lo has querido, acaba de nacer un nuevo mito en mi particular estantería. Besos.