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TODO A PULMÓN

El anuncio

El otro día encontré este anuncio navegando sin rumbo por internet. En cuanto se lo enseñé a mi mujer corrió a esconder todas las escrituras. ¿Por qué será?

¡Campeones!

No soy muy futbolero, lo reconozco. Normalmente soy incapaz de sentarme en el sillón a tragarme un partido entero; a lo sumo lo voy ojeando de rato en rato mientras estoy haciendo otras cosas. Pero me encanta eso que han dado en llamar "las grandes citas": un Madrid - Barsa, un partido de España, una final de la Champions, ... Por supuesto, porque son la excusa perfecta para juntarse con los amigos en familia y pasar una tarde divertida.

Así que la de ayer, como ya podrán suponer, fue inolvidable. Como ya hicimos el domingo pasado contra Italia decidimos los habituales reunirnos en el campo a ver el partido. Y lo que más me ha llamado la atención es la implicación de nuestras hijas en todo lo concerniente al campeonato, que han vivido con auténtico fervor aunque, curiosamente, no prestaban más atención a los partidos que la de entrar a ver la repetición cada vez que los mayores gritábamos "¡gol!". Así que pensé que la de ayer tenía que ser una tarde especial para los niños, sobre todo si ganaba España.

Pitido final, todos gritando y los niños saltando enloquecidos. Tras el "¡campeones, campeones, oe oe oe!" de rigor me da por iniciar un canto desconocido para ellos "¡Al pilón, al pilón, España campeón!" y a la cabeza de la comitiva infantil, como en una conga, voy aproximándome lentamente hacia la piscina. Todos han sido ya duchados tras el baño de la tarde y están vestidos con su ropa de calle, así que, según nos vamos acercando a la piscina, veo sus caras de desconcierto, entre el miedo a las represalias de sus madres, que las observan a pocos metros, y la fascinación por el inaudito baño que, sin lugar a dudas, están deseando. Decido jugar un poco más con ellos, y cuando ya estoy al pie de la escalera de la piscina doy media vuelta seguido, cual flautista de Hamelin, por la fila de niños, sin parar de entonar el cántico. Así hasta tres veces, viendo en sus caras la emoción por lo incierto de lo que iba a ocurrir.

Oigo a una de las madres decirme amenazante "no serás capaz", pero es mi doña, que me conoce de largo, la que le contesta "ya lo creo que va a ser capaz". Así que, en la definitiva, vestido y con zapatos, me subo a la escalera y sin pensarlo dos veces me tiro al agua. No estaba muy seguro de que lo fueran a hacer, pero ni uno se lo pensó a la hora de seguirme. Todo lo más en el último momento lanzaban una significativa mirada a sus irritadas madres como diciendo "estamos avalados por un adulto".

Sé que sus madres no me lo van a perdonar en la vida, pero la expresión de sus caras en el agua, vestidos, estaba entre el no creerse lo que estaba pasando y el inmenso placer que produce traspasar la barrera de lo prohibido. Oí como Irene le decía a mi Claudia "¡tía, tu padre es más gamberro que nosotras, cómo mola!"

Les aseguro que ese momento lo disfruté muchísimo más que el gol de Torres.

 

¡Tenemos tanto en común!

Después de ver esto creo que nadie va a preguntarse más por qué es mi ídolo. ¡Si hasta se atasca en el barro!.

Últimas tardes con Yolanda

Había quedado en recogerla en el bar donde trabajaba como camarera. Era una calurosa tarde de julio y estábamos citados a las seis en el despacho del abogado de su ex-marido para discutir las condiciones del convenio regulador de su divorcio.

 

Me acerqué a la barra y no la vi. Pregunté por ella al dueño, al que conocía de mis frecuentes visitas a esa cafetería, y entró a buscarla. Al cabo de unos segundos ella salió con su ropa de trabajo, pantalón negro y camisa rosa, y el pelo recogido en una cola que caía en cascada sobre su espalda. “Estoy en un minuto”, me dijo con una sonrisa antes de entrar a lo que supuse era el vestuario de los empleados. Los clientes del bar me miraron entre extrañados y envidiosos. Con aquellos inmensos ojos azules enmarcados en una pelirroja melena rizada y salvaje y un cuerpo propio de una modelo Yolanda era, desde luego, el mejor reclamo de aquel negocio para la clientela masculina.

 

Los minutos que tardó en volver a aparecer se me hicieron eternos, y lamenté no haber aceptado la invitación de su jefe a tomar un café durante la espera. Finalmente la puerta del vestuario se abrió y apareció ella más esplendorosa de lo que la había visto jamás. Vestía minifalda y zapatos de medio tacón y una camisa escotada que sin embargo no consiguió distraer mi atención del magnetismo que irradiaban sus ojos brillando de forma extraña bajo los focos de aquel bar. Su pelirroja melena, ahora suelta, eras las llamas ardientes en perfecto equilibrio con aquel angelical rostro levemente maquillado. Por supuesto su aparición no pasó inadvertida al resto de clientes, casi todos hombres, y durante el puñado de segundos que tardó en llegar hasta donde yo me encontraba su taconeo marcó el ritmo cardíaco de todos los que allí nos encontrábamos. “Perdona por hacerte esperar, ¿nos vamos?” dijo sin perder la sonrisa, y mientras me encaminaba a su lado hacia la salida sentí todas las miradas clavadas en mi espalda ... o quizás sería más acertado decir en la suya.

 

Durante el corto trayecto que distaba hasta el despacho donde nos esperaban traté de parecer lo más profesional posible, poniéndola al día de las negociaciones con el compañero contrario y advirtiéndole de cuál debería ser nuestra actitud durante la entrevista. Ella asentía a todo con gesto de preocupación. Me sentí culpable por privar al mundo del espectáculo de aquella sonrisa.

 

La reunión duró poco más de una hora y ella apenas intervino, dejándome hacer a mí en todo momento sin perder el gesto serio. Cuando al fin llegamos a un acuerdo el otro abogado sugirió pasar a su despacho a redactarlo, pero ella declinó la oferta pidiendo esperar en la sala de reuniones. “Qué suerte tienes, cabrón, a mí nunca me tocan clientas así” fue lo primero que dijo mi compañero en cuanto quedamos a solas en su despacho. Evidentemente él también había quedado impresionado por los encantos de Yolanda, algo que yo ya había constatado durante la reunión previa al aceptar él condiciones que jamás pensé que llegara a aceptar, hipnotizado probablemente por el hechizo de aquellos ojos ... o de aquel escote, vaya usted a saber. Por eso le había pedido a ella que me acompañara.

 

Acabados los trámites y firmado el acuerdo abandonamos el despacho de mi compañero, muy a su pesar, y salimos a la calle donde una suave e inédita brisa hacía olvidar los rigores del estío andaluz. “¿Vas para el despacho?” me preguntó y asentí. “Te acompaño, necesito dar un paseo para despejarme un poco”, dijo entonces. Por un lado yo estaba deseando dar por acabado el encuentro por la incomodidad que me producían las miradas más que evidentes que le dirigían todos los hombres con los que nos cruzábamos y que a ella en cambio parecían pasarle inadvertidas. Poco a poco, a medida que avanzábamos, la rigidez fue abandonándome y del tema de su divorcio la conversación pasó a cuestiones menos trascendentales. No recuerdo qué comentario hice que ella soltó una leve carcajada y en ese momento, pese a que ya atardecía, por el brillo de su sonrisa pareció que el sol volviera a salir para iluminar la avenida por la que deambulábamos. Ahora ella me escuchaba atenta, sin perder la sonrisa, rozando mi brazo con el suyo ocasionalmente. De manera inconsciente habíamos aminorado el ritmo de nuestros pasos, como si fuéramos contando cada una de las baldosas del acerado. Como si no quisiéramos que aquel paseo acabase jamás.

 

Pero inevitablemente llegamos a nuestro destino, y aún pasamos un buen rato charlando parados ante la puerta del bloque de mi oficina. Anochecía y decidí que aquella charla debía tener su inevitable final. Con un formal “te llamaré cuando tenga noticias” quise dar por finalizado el encuentro. Entonces ella me miró directamente a los ojos y con expresión divertida preguntó “oye, ¿es correcto que un abogado cene con su cliente para hablar de temas no relacionados con su bufete?”. Tardé en reaccionar, porque en ese momento todo lo veía de color azul intenso, el azul que desprendían aquellos ojos. Reconozco que en aquel momento lo que más me apetecía en el mundo era aceptar aquella invitación.

 

(...)

 

Un año después entré en una cafetería y sin esperármelo la encontré detrás de la barra. Las cartas que le había estado enviando en reclamación de mis honorarios tanto a su domicilio como a su antiguo trabajo me habían sido devueltas. Tal y como yo ya esperaba su móvil nunca estaba operativo. Ella estaba de espaldas y al girarse nuestros ojos se volvieron a encontrar. Noté una momentánea zozobra en su rostro que no duró más de unas décimas de segundo, para volver al instante a mostrar aquella sonrisa que tenía el poder de iluminar la cueva más oscura. El saludo fue formal, -¿cómo estás?, no sabía que trabajabas aquí y cosas por el estilo-. Finalmente me armé de valor y de la forma más cordial que pude le espeté “me debes una minuta”. Ella, sin perder la sonrisa, como si lo estuviera esperando desde que me vio en la barra de aquel bar, contestó inmediatamente “y tú a mí una cena, así que ya sabes, si quieres cobrar ...”

Lo de Telma y eso

Imaginaos por un momento que, de la noche a la mañana, a vuestro hermano/-a no se le ocurre otra cosa que ligarse a un príncipe / princesa de cuento y se convierte en la noticia no ya del año, sino del siglo. Y luego se casan en La Almudena y todo eso, convirtiéndose oficialmente en príncipe / princesa consorte con todo el boato y la fanfarria propias del cargo, claro.

 

Antes de la boda ya salís en todos los reportajes como hermano/-a de la novia y se dan los primeros detalles de vuestra vida: que si estáis casados, divorciados o solteros, que si trabajáis en tal o cual sitio, etcétera. El día del enlace asistís, naturalmente, y todo el mundo se fija en el peinado, vestido, zapatos y complementos elegidos para la ocasión, merced a las fotos que aparecen en todas las revistas. Hasta aquí llegaría lo que podría considerarse como “normal” en un mundo “normal”.

 

Y supongo que en ese papel uno piensa que vale, ya está, ya ha pasado el bodorrio y me dejarán tranquilo. Pero lejos de acabar te conviertes, sin haberlo buscado, en otro personaje del llamado “papel couché”, o “prensa rosa”. Y ahí tienes a las puertas de tu casa, día y noche, a un puñado moscas cojoneras (me niego a llamarles periodistas) dispuestos a contarle al orbe entero tus circunstancias más íntimas y personales: la hora a la que entras y sales y con quién, si tienes las macetas del balcón chuchurrías de no regarlas o si te hurgas la nariz en los semáforos; cuestiones todas ellas que, evidentemente, son de interés general y sin cuyo conocimiento resulta imposible conciliar el sueño a la población toda. Y todo, como digo, sin comerlo ni beberlo, gracias a una maldita casualidad.

 

Por eso, aunque no suelo seguir los temas del corazón, me llamó la atención el asunto de Telma y su dimensión jurídica. Y debo decir que me ha decepcionado el fallo judicial, aunque sólo conozco del mismo lo que ha trascendido en la prensa. Me parece injusto que, por el mero parentesco, por muy próximo que sea, uno tenga que cargar con las hipotecas que no ha firmado y con el muerto que no ha matado. Y tener que aguantar cuando sales a comprar el pan a un/-a gilipollas micrófono en mano preguntando “Telma, ¿qué vas a poner de comer hoy?, ¿con quién te has acostado esta noche?”. Poneos en su lugar.

Todo a pulmón, de Miguel Ríos

El tema que da título a esta página, si no lo he puesto antes es porque no encontré una versión medio decente en YouTube.

 

 

El divorcio perjudica el medio ambiente

No es coña. Leo perplejo en el último número de la revista “Abogados de Familia” la siguiente noticia:

“Según un estudio publicado la universidad de Míchigan, en Estados Unidos, los divorcios perjudican seriamente el Medio Ambiente ya que los dos miembros de la antigua pareja crean dos nuevos hogares, y eso implica un mayor consumo de energía. El divorcio obliga a que uno de los ex cónyuges salga del hogar común y cree un nuevo hogar y eso supone un mayor derroche.

En 2005, los hogares de divorciados derrocharon un 56% más de electricidad y agua por persona que los hogares de casados, y malgastaron un 61% más de recursos energéticos por persona que antes de su separación. Si los hogares de divorciados funcionaran con una eficiencia similar a la de los hogares de casados, en EEUU se habrían podido ahorrar "más de 73.000 millones de kilovatios/hora de electricidad y 2,3 billones de litros de agua".

Además, debido a un mayor consumo por persona, un divorciado también puede generar más residuos (sólidos, líquidos y gaseosos, como los gases de efecto invernadero) que contribuyen a las transformaciones del medio ambiente mundial, como el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad.”

Y eso que no ha tenido en cuenta el gasto de papel del juzgado y del despacho de abogados, para el que habrá que talar más árboles, ni la energía eléctrica consumida en estos lugares para la tramitación del asunto. Además seguro que el juez va todas las mañanas al trabajo en coche y la funcionaria en moto emitiendo gases nocivos, y el abogado, que como todos es un desalmado, no separa la basura orgánica de la inorgánica porque su mente está ocupada con el divorcio de marras.

A este paso para salvar el planeta no nos valdrá ni quedarnos quietecitos en casa, porque eso también supone un gasto energético.

El balneario

Esto se me ha ocurrido esta mañana arando en las olivas. Cántese a ritmo de chiki-chiki, naturalmente

¡Chatea, chatea!

 

El balneario mola mogollón

Se baila en Novelda y también en Torrejón

Dale balneario a la Ppilla

Que el balneario le va de maravilla

 

Lo baila mi primo

Lo baila Aladelta

Lo baila la marienn

Agarrá o suelta

 

Se baila en las olivas

Se baila en la oficina

Se baila hasta en la casa

De mi vecina

 

Y el balneario se baila así:

 

¡Uno, la mariscada!

¡Dos, el camellito!

¡Tres, ¿ya “sa” ido el primo?!

¡Cuatro, que tengo un bloooog!

 

Baila balneario

Baila balneario

Lo bailan nuestras doñas

Y hasta el aranio

 

Se baila revolutum

Se baila en el salón

Lo baila hasta el que escribe

Todo a pulmón

 

Se baila por las tardes

En el “interné”

Te sientas y te ríes

frente al pc

 

Así que no te duermas

Ven al melonar

Entra al balneario

¡Y “tós” a chatear!

 

Y el balneario se baila así:

 

¡Uno, la mariscada!

¡Dos, el camellito!

¡Tres, ¿ya “sa” ido el primo?!

¡Cuatro, que tengo un bloooog!

Una página peliaguda

¿Qué tal estaría George Clooney con la melena de Hillary Clinton? ¿O vd. mismo con la cabellera de su estrella favorita? ¿Y viceversa? Éstas son las posiblidades que nos ofrece la web hairmixer.com, que sé que a más de uno/-a le va a traer "de cabeza", nunca mejor dicho. Por supuesto no he podido sustraerme a la tentación de intercambiar mi incipiente calvicie con el tupé de mi "alter ego", y aquí está el resultado:

Me temo que el tupé le quedaba mejor a él. ¿Y al contrario? Aquí tienen al rey con el frontal del menda:

Pues nada, a la pelu de los famosos, ya me contarán los resultados. Que se diviertan.

Abogadooooo

Creo que ya lo he dicho en alguna ocasión: detesto las pelis y series de abogados. Es como llevarse el trabajo a casa o, lo que es peor, al cine. Sin embargo, hay dos excepciones que confirman la regla, dos títulos que he sido capaz de ver con gusto y deleite, incluso varias veces: “El cabo del miedo” y “Pactar con el diablo”.

 

En la primera el abogado interpretado por un sosito Nick Nolte es acosado por un antiguo cliente que vuelve para cobrarse con intereses el error profesional cometido por el letrado tiempo atrás. El cliente cabreado es un Robert De Niro sublime con una cara de loco que te cagas (“abogadoooo, abogadoooo, ven ratitaaa, asoma la cabecitaaa”, decía el muy cabrón) que lo borda, sobre todo en la escena de su encuentro con la hija del abogado, una Juliette Lewis también magnífica, como siempre. El mito de Caperucita y el Lobo, Frankenstein y la niña a la orilla del río, aunque en este caso no se sabe bien quién de los dos es menos inocente.

 

En la segunda, al atormentado jurista lo encarna Keanu Reeves, que, de forma más o menos inconsciente, vende su alma al diablo a cambio del éxito profesional. Naturalmente el Maligno, interpretado por Al Pacino (“Patxi” le llamamos en casa, es como de la familia) se pasa a cobrar el precio del trato (también con intereses, como no podía ser menos). Sé que no está bien contar el final de las películas, así que quien no la haya visto que no lea el diálogo entre Kevin Lomax (el abogado) y John Milton (el diablo) que reproduzco al final de este post. Me parece sencillamente antológico.

 

Por supuesto ambas películas tienen una evidente carga de moralina, muy americana, al tener que purgar el letrado de éxito una durísima penitencia por sus pecados del pasado. Huelga decir que en los Estados Unidos, como en casi todo el mundo, la profesión de abogado es de las peor valoradas moralmente por los ciudadanos. Así que si disfruto con estos títulos será por  puro masoquismo, o porque en el fondo mi subconsciente tiene en ganas a la profesión. Menos mal que me estoy quitando.

 

 

 

“PACTAR CON EL DIABLO”, escena final:

 

Kevin Lomax: ¿Qué quieres de mí?

John Milton: Quiero que seas tú mismo. Escúchame hijo, la culpabilidad es un pesado saco de piedras. Tienes que librarte de él lo antes posible.

Kevin Lomax: No puedo hacerlo.

John Milton: ¿Por qué tienes que cargar con ese maldito saco de piedras? ¿Por Dios? ¿Por qué, sí? ¿Por Dios? Está bien. Te daré información acerca de Dios. A Dios le gusta observar. Es un bromista. Piénsalo. Dota al hombre de instintos. Os da esta extraordinaria virtud y, ¿qué hace luego? Los utiliza para pasárselo en grande, para reírse de vosotros al ver cómo quebrantáis las reglas. Él dispone las reglas y el tablero y es un auténtico tramposo. Mira, pero no toques. Toca, pero no pruebes. Prueba pero no saborees. Y mientras os lleva como marionetas de un lado a otro, ¿qué hace él? Se descojona. Se parte el culo de la risa. Es un payaso. Es un sádico. Es el peor casero del mundo. ¿Y adoráis eso?… ¡Nunca!

Kevin Lomax: Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo…

John Milton: ¿Por qué no? Yo tengo los pies sobre el mundo desde que comenzó este puto juego. He alimentado todas las sensaciones que el hombre ha querido experimentar. Siempre me he ocupado de lo que quería y nunca le he juzgado, ¿por qué? Porque nunca lo he rechazado a pesar de todas sus imperfecciones. Soy una devota del hombre, soy una humanista, quizá, la última humanista. ¿Quién en su sano juicio, Kevin, podría atreverse a negar que el siglo XX ha sido mío por completo, todo mío? Todo mío, Kevin. Estoy pletórica, ha llegado mi oportunidad, nuestro momento.

Kevin Lomax: ¿Por qué intentas convencerme? Me debes necesitar muchísimo. ¿Qué quieres?

John Milton: Quiero que tú dirijas la empresa.

Kevin Lomax: ¿Sólo eso?

John Milton: No, Kevin, tu semilla es la llave del futuro. Tu hijo dominará a las masas, él conseguirá liberar a todos.

Kevin Lomax: ¿Quieres un hijo?

John Milton: Quiero una familia.

Kevin Lomax: ¡El Anticristo!

John Milton: ¡Tú lo has dicho!

Kevin Lomax: Y debo prestarme voluntario…

John Milton: Por eso odio el libre albedrío…. Kevin, necesito una familia, necesito ayuda. No puedo con todo. El nuevo milenio está próximo y aspiro al título, vigésimo asalto, uh uh uh uh, estoy lista. ¿Qué me dices?

Kevin Lomax: ¿Qué me ofreces?

John Milton: ¿Estás negociando?

Kevin Lomax: Siempre.

John Milton: ¡¡¡Sííííííí!!!

Kevin Lomax: ¿Qué puedes ofrecerme?

John Milton: Todo lo que quieras. ¿Qué quieres Kevin? ¿Qué tal la felicidad para empezar? El placer inmediato (ríe) a todos los niveles que imagines, será como la primera raya de cocaína.

Kevin Lomax: Vas a tener que esforzarte un poco más.

John Milton: Lo sé, lo sé, me estoy empezando a calentar. Quieres más, ¿verdad? ¡Te mereces más! ¿Qué tal lo que más deseas en el mundo? La sonrisa del jurado, uh uh uh, toda una sala impasible rendida a tus encantos, adorándote a ciegas.

Kevin Lomax: Eso puedo hacerlo solo.

John Milton: Pero no como te he dicho. Yo te quitaría las piedras del saco, te daría placer, sin límites. La libertad es no tener que decir “lo siento”. Es una revolución… ¡Viva la causa!

Kevin Lomax: Según la Biblia tú pierdes, estamos destinados a perder, mamá.

John Milton: Es una buena cita hijo, pero nosotros escribiremos nuestro propio libro: el Capítulo 1, hoy mismo en este altar, en este momento. Acércate… Diavole virtus in lumbas est (la virtud del Diablo está en su astucia). Ven hijo, ya es hora de que tomes aquello que es tuyo.

Kevin Lomax: Cierto, me toca a mí… Libre albedrío (hace que coge la pluma, pero finalmente toma la pistola y se pega un tiro a bocajarro en la cabeza)

John Milton: ¡Noooooooooo! ¡Noooooooooooooooo! ¡Kevin, ahora no! ¡Ahora no!

Música para salir del armario

Una web australiana de temática gay ha publicado los resultados de la encuesta hecha entre sus usuarios, en la que preguntaban por los temas musicales más gays de todos los tiempos. Estos son los 20 primeros.

 

1.       ABBA - “Dancing Queen”
2. Village People - “YMCA”
3. Gloria Gaynor - “I Will Survive”
4. The Weathergirls - “It’s Raining Men”
5. Kylie Minogue - “Your Disco Needs You”
6. Pet Shop Boys - “Go West”
7. Kylie Minogue - “Better The Devil You Know”
8. Olivia Netwon-John - “Xanadu”
9. Madonna - “Vogue”
10. Alicia Bridges - “I Love The Nightlife”
11. Gloria Gaynor - “I Am What I Am”
12. Cher - “Believe”
13. Diana Ross - “I’m Coming Out”
14. Bronski Beat - “Smalltown Boy”
15. Judy Garland - “Over The Rainbow”
16. Village People - “Macho Man”
17. Frankie Goes To Hollywood - “Relax”
18. Village People - “In The Navy”
19. Coming Out Crew - “Free, Gay And Happy”
20. Dolly Parton - “9 to 5″

 

En castellano sólo figura un tema entre los 50 primeros: “Don Diablo”, de Miguel Bosé; efectivamente, esa canción siempre me pareció una mariconada. Confieso no obstante que en la lista hay varios temas que me gustan, así que voy a tener que empezar a cuestionarme algunas cosas. ¿Dónde guardará mi madre aquella peluca tan chula?

Por fin un blog en condiciones

Por fin un blog en condiciones

Nuestra vieja compañera y sin embargo amiga Aladelta se ha decidido por fin a abrir un blog que podéis encontrar en esta dirección, cuyo enlace ya me he apresurado a poner en el margen de esta página. Aunque se encuentra lógicamente en sus inicios, estoy seguro de que nuestra querida Aladelta nos hará pasar gratos momentos con sus reflexiones y ocurrencias, de las que me confieso devoto admirador. Ánimo compañera, y que no decaiga.

Yastamostós

Yastamostós

Ahora sí, ya no falta nadie. Derechitos al padrón de Springfield a inscribirnos. En la vida vamos a vernos mejor acompañaos, primo.

El viaje a ninguna parte

Dieciséis años, Primero de BUP. Mareos y vómitos al levantarte cada mañana. Y la regla sin bajarte este mes. Tus padres te van a matar.

 

Se lo cuentas a él nada más bajarse de la bicicleta en la que viene a verte, también con sus dieciséis años, cada mañana a la hora del recreo. “Tranquila, nos fugamos”, dice él temblándole hasta el alma. “¿A dónde?”, le preguntas. “No sé, ya veremos”. “Sin dinero y yo embarazada ¿a dónde vamos a ir?”, te preguntas, pero no se lo dices. Tienes tanto miedo que asientes sin rechistar. Dios dirá.

 

Compráis una maleta en el mercadillo al día siguiente. “Mete tus cosas en la maleta y mañana a las nueve nos vemos”. Pero al día siguiente, a las nueve, él no está. Y tú allí con tu maleta hecha cuando se supone que estarás entrando al instituto. Media hora más tarde se presenta y no viene solo. Su tía le ha pillado con la maleta saliendo de casa y se ha descubierto el pastel. Se acabó el viaje a ninguna parte. Prueba de embarazo. Afirmativo. La que se va a liar.

 

Nueve de la noche. Tus padres ni sospechan la que se avecina. Llaman a la puerta. Viene él con sus padres. Efectivamente, se lía. Voces, sonrojos, lágrimas. Abandonas el salón y te vas a tu dormitorio a llorar. Ellos siguen allí, discutiendo. “Hay que casarlos y pronto, antes de que la cosa vaya a más”. “La cosa”, está claro, es tu hijo.

 

Siete años de matrimonio a trancas y barrancas después. Él es celoso y no consiente que trabajes con otros hombres. Además, por su carácter, no dura más de un año en cada trabajo. De repente una mañana, mientras duermes, suena el teléfono. “Aquí la Comisaría, su marido está detenido. Ha sido acusado por varias mujeres de agresión sexual”. En el juicio no declaras que también a ti te ha forzado varias veces por no echar más leña al fuego. Y eso que tu suegra ha declarado en el periódico local que la culpa es tuya por no tenerle “bien atendido”. Le caen no sé cuántos años. A ti también te caen todas las miradas de las vecinas del barrio encima. De por vida.

 

Qué equivocada estabas. Aquella mañana, con tu maleta en una mano y el Predictor en la otra, el viaje a ninguna parte no había hecho nada más que empezar.

(Tan real como el expediente que tengo ahora mismo sobre la mesa)

Caín y Abel

 Disculpen el notable abandono en que tengo sumida a esta página (¡más de un mes!) pero, como siempre, mis múltiples obligaciones me impiden visitarla más a menudo. Como preludio a una puesta al día que prometo (no sé si puedo) desde ya, les dejo este viejo relato de mi admirado Pérez Reverte.

Pues eso. Que Abel trabajaba como un auténtico hijo de puta, dale que te pego, todo el día con el rebaño para arriba y para abajo, esquilando, y ordeñando, y levantándose con el canto del gallo para irse a currar a los campos de su padre. Tenía callos en las manos y agujetas en los ijares, y el sudor le goteaba por la nariz, clup, clup; con aquel solanero que le caía en la espalda como una manta de plomo. Luego, cuando volvía a casa a las tantas, estaba tan hecho polvo que no le quedaban ganas ni de ver Cine de Barrio, ni de cumplir con la parienta ni de nada, y la verdad es que al pobre le importaba un pimiento que el humo de los sacrificios subiera recto al cielo, se desparramara por la tierra, o se pareciera a las señales en morse de los apaches. Pasaba mucho.

Era un currante nato, vaya. Un estajanovista. Caín era todo lo contrario. Tenía una jeta que se la pisaba, había salido más vago que el peluquero de Ronaldo, y no es que el humo de los sacrificios a Yahvé le saliera por la tangente; es que ni humo, ni sacrificios, ni nada de nada. Se pasaba el día tumbado a la bartola y tocándose los huevos. Su parcela ni la pisaba, y estaba toda sin sembrar y hecha un asco de zarzas y matojos, porque además Caín se había hecho enlace sindical —que en España es título vitalicio— y con tanta asamblea y tanto agobio y tanto luchar por los compañeros y compañeras, hacia años que se había olvidado de para qué sirven un legón y un arado.

Total. Que Adán, el padre, estaba encantado con Abel y hasta las narices de Caín, y tenía unas broncas espantosas con Eva, su legítima. Al mayor lo has malcriado con tanto mimo y tanta puñeta, decía. Estoy a punto de jubilarme y ya ves el panorama agropecuario, maldita sea mi estampa: lo de las ovejas va medio bien, pero la cosa hortofrutícola es un desastre, que si no fuera por los moros de las pateras ya me contarás quién cojones iba a ocuparse de los tomates y las lechugas, leñe, que tu Caincito no da palo al agua, y yo estoy a punto de jubilarme, y como en los años del Edén no coticé a la seguridad social, resulta que vamos a quedarnos con lo justo. Eso largaba el paterfamilias, muy mosqueado. Así que para ajustarle las cuentas al viva la virgen del hijo mayor, resolvió ir a un notario y hacer testamento dejándole a Abel, además de las ovejas y los chotos, las mejores tierras, las de adentro; con hierbas para pastar y campos para arar. Y a Caín, para darle por saco, le dejó las secas y áridas que estaban junto al mar, arenales llenos de sal, donde no había llovido nunca, ni llovería aunque cayera un Diluvio. Y luego de testar, Adán fue y se murió, descojonándose de risa. A ése le he jugado la del chino, decía. Ja, ja. La del chino.

Ha pasado el tiempo, y Abel sigue allí, sudando la gota gorda. Se pasa el día encima del tractor. La sequía le ha arruinado seis cosechas, las lluvias torrenciales cuatro, los girasoles que había plantado este año para trincar subvenciones comunitarias se los ha dejado hechos una mierda la plaga de la cochinilla de la pipa, y además, para redondear la temporada, la enfermedad de las ovejas clónicas locas le ha vuelto majara a la mitad del rebaño. Para más inri, su mujer lo obliga a veranear un mes entero en La Manga, y encima le ha salido un hijo neonazi y una hija finalista del concurso Miss top Model 2001 de Almendralejo del Canto.

Pero lo que peor lleva es lo de su hermano. Porque, con aquellas tierras secas y salinas que heredó casi en la orilla del mar, Caín fue a conchabarse con un constructor del Pesoe y con un alcalde del Pepé tan analfabetos como él, pero listos y trincones que te cagas, y las hizo parcelas, y consiguió permisos de construcción masiva y se inventó playas donde no las había, y en poco tiempo lo llenó todo de adosados y de bloques de pisos hasta el horizonte. Y aunque no hay agua, ni cañerías, ni cloacas, ni infraestructura adecuada; y todo cristo bebe agua del mismo tubo y chupa luz del mismo enchufe, aquello, hasta que reviente, parece Manhattan, con manadas de guiris y veraneantes y abueletes jubilados, ingleses con una cerveza en la mano y treinta en el estómago, alemanes que —como honrados alemanes—, denuncian. al vecino porque el perro ladra, y subnormales nacionales que conducen con las ventanillas abiertas para que se oiga bien la música de bakalao en diez kilómetros a la redonda. Y de vez en cuando, para restregárselo por el morro, Caín invita a su hermano a comerse una paella en el club náutico del que es presidente fundador, y le enseña el último Mercedes comprado con dinero B que acaba de traerle uno de sus socios de Zurich, y a bordo del yate le pone los videos grabados en la casa que tiene en Miami, justo al lado de la de Julio Iglesias, hey. Y Abel mira a su alrededor; desesperado, preguntándose dónde carajo puede conseguirse a estas alturas una quijada de asno.

Trilogía del Ciberamor

Hace mucho tiempo que no les traigo noticias de mi enemigo el poeta, así que hoy compensaré tan larga ausencia con una obra en tres actos que él titula "Trilogía del Ciberamor", basada en un romance virtual que nuestro particular constructor de ripios vivió tiempo ha.

En el primer acto el poeta se encuentra pleno de inspiración y desborda los versos más apasionados y atormentados por la magia de una relación que se está iniciando. Dicen así:

Yo quiero ser, mi amor, el carterista
que roba tus latidos y tu sueño.
Rozar tu piel desnuda, ser su dueño,
diamante solitario sin aristas.
.
Yo quiero ser tu sol cada mañana,
marcar el ritmo de cada latido,
andar entre las teclas de tu olvido,
trepar hasta colarme en tu ventana.
.
Lo malo de este amor es la derrota
de no mover los labios para hablarlo,
de no sentirte tras cada batalla.
.
Lo ingrato es que no queda ni una gota,
y al cabo de tu adiós, pese a intentarlo,
sólo puedo besar una pantalla.

Pasado el tiempo la dama decide dar un paso más y cruzar esa invisible pero sólida barrera que separa lo virtual de lo real. El poeta, en este segundo acto, pone de manifiesto sus dudas y temores, en evidente contradicción con los anhelos proclamados en el soneto anterior. ¿Pánico escénico, quizás?:

Me propones un encuentro canalla
mañana al otro lado del abismo:
"ya deja de besarme en la pantalla
y dame algunas dosis de tí mismo."
.
La copa que llena mi poesía
empieza, según dices, a romperse.
O te mueves por mi geografía
o te buscas a otro que te verse.
.
Si acepto y me rindo a tus pretensiones
¿no será probable que sufriésemos
si al alba no encontrásemos razones
.
a nuestra desnudez?. ¿Si fingiésemos
el ritmo atroz y las revoluciones
subidas de pasión?. ¿Si muriésemos?.

Sé lo que todos se están preguntando y lamento no poder dar una respuesta; ignoro si el temido encuentro tuvo finalmente lugar aunque sospecho, a la vista de un verso del soneto que transcribo a continuación, que no fue así. Tal vez por eso o por cualquier otra razón que igualmente desconozco la relación, como casi siempre, fue deteriorándose hasta el punto de la ruptura final, que constituye el acto tercero. Aquí el poeta hace un postrero brindis al sol que no sé si interpretar como un gesto de victoria o derrota. Juzguen ustedes mismos:

Por los viejos tiempos alzo mi copa,
por el beso amargo que no te di,
por la tarde en que, sin tocar tu ropa
ni rozar tu vientre, te poseí.

Por mis torpes versos, por las canciones
que no llegaste a oirme cantar,
por aquel "te quiero" con condiciones,
por tus fotos sepias a pie de mar.

Por tu chulería y mi poca raza,
por el Ircap, el Messenger y el Kazaa,
porque iba a ser y luego no fue.

Por aquel final sin tercera parte,
por la desazón después de dejarte,
por el "no te vayas" que no escuché.

Pues eso es todo, espero que les haya gustado esta tragicomedia en tres actos gentileza de mi enemigo íntimo. Vaya para él mi agradecimiento y reconocimiento y la demanda de nuevos versos que nos hagan disfrutar y, de paso, me ayuden a ir llenando este humilde rincón poético.

Feliz finde a tod@s.

 

Elvis Presley: "How Great Thou Art"

Como todos sabrán, éste es uno de mis himnos particulares y no pocas veces me he desgañitado cantándolo al amanecer. Atentos a la última parte, a mí me pone los pelos de punta.

 

Oh Señor, mi Dios, cuando dudo temeroso

reparo en todos los mundos que tus manos han creado.

Veo las estrellas, oigo el trueno que ruge,

tu poder demostrado en todo el universo.

(Coro) Cuando Cristo venga entre gritos de aclamación

para llevarme a casa, qué alegría llenará mi corazón.

Entonces me postraré en humilde adoración

y allí proclamaré ¡Oh mi Dios, qué grande eres!

Entonces canta mi alma, mi Dios salvador, a Ti,

¡Qué grande eres, qué grande eres!

Entonces canta mi alma, mi Dios salvador a Ti

¡Qué grande eres, qué grande eres!

La dichosa letra

¡Vaya por Dios!, ahora resulta que, tras meses de intrigas acerca de la letra de nuestro himno nacional y una vez decididos los versos que nos identificarían a todos como a uno solo, van y lo retiran. De nada ha servido esa especie de concurso patrio para poner en palabras el chunda, chunda que todos tarareábamos, con más coña que otra cosa, al principio de los partidos de la selección. Me imagino la cara de contrariedad que se le habrá quedado a Plácido Domingo (o Jodido Lunes, como dice el chiste). Y anda que al parado que ganó el concurso.

Ahora es fácil decirlo, pero les aseguro que desde el primer momento en que apareció esta iniciativa ya veía un servidor complicado el consenso en torno a este escabroso tema. Y no sólo por la particular idiosincrasia de este nuestro país tan diverso, multicultural y plurilingüístico, que ya era argumento de suficiente envergadura para temer por el feliz desenlace, o porque la SGAE (o sea, Teddy Bautista) anduviera detrás del invento, sino porque todos cuantos intentos se habían hecho hasta ahora fracasaron estrepitosamente. Ni Franco lo consiguió, no les digo más.

En esta ocasión se dijo que eran nuestros deportistas, esos abnegados luchadores que pasean con orgullo indisimulado nuestros colores por el orbe, quienes habían requerido la letra del chunda, chunda para así poder cantarla antes de los acontecimientos deportivos y ver acrecentado (aún más, si cabe) su feroz ardor guerrero y sus ansias ilimitadas de victoria. Tan encomiable acto de patriotismo no debe verse empañado por el insignificante detalle de que la mayoría de ellos tienen fijado su domicilio fiscal en lugares tan exóticos como Andorra, Suiza o Liechtenstein, eludiendo así que el dinero ganado con sus épicas gestas (e incluso derrotas) revierta en beneficio de quienes les animamos hasta la afonía.

Así que llegó el día del parto y, aunque en principio se intentó ocultar a la criatura hasta el acto oficial de inauguración, tuvo que salir el aguafiestas de turno (que ya es gana de fastidiar) y filtrar el contenido de esos versos tan esperados. Y claro, se armó la polémica: que si es una cursilada, que si mira que empezar con “Viva España” e incluir “ama a la Patria” (una temeridad, efectivamente), ... Yo añado otra: líbreme Dios de acusar a nadie, pero en general la primera vez que oí los versos me recordaron “sospechosamente” a un tema titulado “America The Beautiful” que en su día cantaron con patriótica devoción Elvis y Barbra Streisand, entre otros.

En fin, todo seguirá igual que estaba: nos quedamos sin letra del himno, seguiremos tarareando el chunda, chunda en medio del descojone general y no pasaremos de cuartos. Aunque esto último dudo yo que lo hubieran solucionado un puñado de versos.

He aquí la letra ganadora y finalmente desechada:

"¡Viva España! / Cantemos todos juntos / con distinta voz / y un solo corazón

¡Viva España! / Desde los verdes valles / al inmenso mar, / un himno de hermandad

Ama a la Patria / pues sabe abrazar, / bajo su cielo azul, /pueblos en libertad

Gloria a los hijos / que a la Historia dan / justicia y grandeza / democracia y paz"

Su versión en euskera (premio para el que sea capaz de cantarla de corrido):

Gora Espainia! / Denok batera abes dezagun / ahots ezberdinez / bihotz bakarrez

Gora Espainia! / Haran berdeetatik / itsaso zabaleraino / anaitasun ereserkia

Maita ezazu aberria / besarkada ematen dielako / zeru urdinaren pean / herri askeei

Justizia eta handitasuna / demokrazia eta bakea / Historiari ekartzen dioten / seme-alabei loria

Las propuestas de Sabina:

Borrador 1

Ciudadanos, / en guerra por la paz / y la diosa razón / mano en el corazón. / Ciudadanos, / ni súbditos ni amos / ni resignación / ni carne de cañón. / Pan amasado / con fe y dignidad / no hay nada más sagrado / que la libertad.

Borrador 2

Ciudadanos, / ni héroes ni villanos, / hijos del ayer, / hay tanto por hacer. / Ciudadanos, / tan fieramente humanos, / tan paisanos del / hermano de Babel. / Alta montaña / con puerto de mar / clave de sol España / atrévete a soñar.

La que le habría gustado a ZP:

Nación de naciones,
diversa, tolerante y multicultural.
¡Hoy vamos a ganar!

Desde el respeto
ante nuestro rival nunca metáis el pie
y siempre dialogad

¡Gloria a Polanco
y qué idea genial
el rojo de la camiseta nacional!

 

La versión de Gomaespuma (mi favorita):

¡Viva España!
Y todos los productos del suelo español
que nos hacen gozar
pan con aceite, morcilla y jamón
viva la dieta del mediterráneo


gazpacho, lentejas
buen vino de la tierra
atún y boquerón
marisco y chuletón


dulces de almendra y miel, fruta fresca
brandy, orujo cava y siesta en el colchón
dulces de almendra y miel, fruta fresca
brandy, orujo cava y siesta en el colchón

Tienes un amigo, de James Taylor y Carole King

Para empezar el año nada mejor que este precioso canto a la amistad, que suscribo íntegramente. En pie, que suena el himno de esta página:


Cuando estés abatido y preocupado
Y necesites algo de cariño
Y nada, nada vaya bien
Cierra tus ojos y piensa en mí
Y pronto estaré ahí
Para iluminar incluso tus noches más oscuras

Sólo tienes que gritar mi nombre
Y sabes que desde donde quiera que yo esté
Vendré corriendo a verte otra vez.
En invierno, primavera, verano u otoño,
Todo lo que tienes que hacer es llamar
Y ahí estaré, oh sí, tienes un amigo.

Si el cielo que hay sobre ti
Se tornara oscuro y lleno de nubes
Y ese viejo viento del norte empezara a soplar
Mantén la calma y grita mi nombre bien fuerte
Y pronto estaré llamando a tu puerta

Sólo tienes que gritar mi nombre
Y sabes que desde donde quiera que yo esté
Vendré corriendo a verte otra vez
En invierno, primavera, verano u otoño,
Todo lo que tienes que hacer es llamar
Y ahí estaré, oh sí, tienes un amigo.

Hey, ¿no es bueno saber que tienes un amigo?
La gente puede ser tan fría.
Te harán daño y te abandonarán
Y te robarán el alma si los dejas
Pero no los dejes.

Sólo tienes que gritar mi nombre
Y sabes que desde donde quiera que yo esté
Vendré corriendo a verte otra vez
En invierno, primavera, verano u otoño,
Todo lo que tienes que hacer es llamar
Y ahí estaré, oh sí, tienes un amigo.

Jefferson y sus huéspedes

El otro día durante media hora me sentí el chófer oficial de la Casa Blanca, sección Fiambres Ilustres, pues llevaba a bordo del coche nada menos que a Jefferson, Jackson y Washington, ahí es nada. Pero no se alarmen, no consumí ningún tipo de sustancias psicotrópicas: es el nombre de los ecuatorianos que trabajan conmigo en el tajo.

Hoy vengo a hablarles del primero de ellos; y una de dos: o yo tenía un concepto equivocado de él o va a ser verdad que la Navidad ablanda los corazones de los mortales. El caso es que Jefferson, que más o menos regularmente trabaja con nosotros en el campo a lo largo de todo el año, era, hasta el inicio de esta campaña, un tipo que no me inspiraba demasiadas simpatías, pues la formalidad no es su punto fuerte y, por el contrario, es un consumado experto en inventar las más variadas excusas para no acudir al trabajo, particularmente en vísperas de fin de semana. Trabaja bien pero incluso en el tajo tiene un punto altanero que a veces irrita a sus propios compatriotas.

Para esta cosecha, como algunos de ustedes saben, hemos integrado en la cuadrilla a cinco senegaleses legalmente documentados (o eso parece, porque el que sale en la foto de la tarjeta de residencia y trabajo podría ser también el que vende los CDs en la puerta de mi despacho) a los que había que buscar vivienda digna mientras dure la campaña. Se lo comenté a Jefferson y él se ofreció a acogerlos en su piso en el que había dos habitaciones libres y camas suficientes a cambio, naturalmente, del correspondiente "alquiler". Pactado el precio me presenté al día siguiente en su vivienda con los cinco subsaharianos y, sorprendido e indignado al verlos, me llamó aparte y me comentó:

- Abogado ... -ésa es otra, a los ecuatorianos no hay quien los saque de llamarte por el título universitario aunque estés de barro hasta las rodillas tirando de un fardo hombro con hombro en mitad de un olivar- ...¡usted sabía que eran de color!.

- Pues claro, no van a ser transparentes -le contesté tirándole una larga cambiada para ganar tiempo.

En realidad cuando tratamos el tema le hablé de "senegaleses" con toda mi buena fe y tratando de ser lo más políticamente correcto posible, entendiendo yo que el término ya reduce bastante las opciones en cuanto al color de la piel y que no hace falta ser catedrático en sociología geopolítica mundial para albergar bastantes sospechas (si no todas) al respecto. No parecía ser ése el caso de Jefferson.

- No, no -respondió él contrariado- quiero decir de color ... ¡negro!.

"Hay que joderse", pensé, "como si tú fueras un rubio platino escandinavo". Y es que en la escala del uno al diez, siendo el diez el "negro como la panza una olla" (expresión de mi amado suegro) de sus futuros huéspedes, Jefferson ocupa el escalón inmediatamente inferior.

Así que tuve que tranquilizarle invocando los principios universales de la igualdad de razas y la alianza de civilizaciones (a ZP se le habrían saltado las lágrimas de oírme, seguro), que todos somos personas y que poco importa el color de la piel y todo eso, mientras en mis adentros pensaba "manda huevos que tenga yo que darle este sermón a un inmigrante ecuatoriano". Al final, y tras ver desestimadas sus intenciones de incrementar el precio del alquiler por el mero motivo de la raza de sus huéspedes (sospecho que ahí es a donde quería llegar, el muy granuja) no tuvo más remedio que aceptar.

Al día siguiente, primero de trabajo de los senegaleses, Jefferson planteó la primera queja de convivencia: sus nuevos compañeros de piso habían estado trasteando el mando de ONO y se habían entretenido en comprar dieciséis películas a base de darle al botón "OK" en los canales de pago. Naturalmente pretendía que yo abonara el importe, a lo que me negué aconsejándole que en adelante pusiera a buen recaudo el mando u, opción mucho más práctica, dedicase un par de horas a impartirles un curso práctico en lenguaje de sordomudos sobre su uso.

El tercer día observé que Jefferson y el resto de la cuadrilla llamaban a los senegaleses por el nombre genérico de "Luís". Mi teoría es que, siendo su lengua oficial el francés, aunque entre ellos se comunican en un dialecto llamado "Wolof" (uno también va aprendiendo cosas), y responder a todo "oui", el referido nombre les vino por afinidad a su pronunciación en andaluz ("Luí"). Y es que una campaña de aceituna da hasta para disquisiciones etimológicas.

Sin embargo, etimologías aparte y desde el punto de vista de la productividad, resulta poco práctico llamar a "Luís" y que cinco tíos dejen lo que están haciendo y vengan raudos y solícitos a ver qué se les manda, cuando tú sólo requieres a uno. Así que al cuarto día, aprovechando el rato previo que pasamos junto a la candela (hoguera) antes de empezar la jornada, dispuse hacer las presentaciones formales e individualizadas de los senegaleses. Preguntados en mi francés rudimentario de medio año en el instituto "¿cómo es que tú tapel?" (disculpen que no sepa cómo se escribe; primo, échame una mano) empezaron a autodesignarse con extraños nombres entre grandes risotadas, del tipo "Didi", "Yaya", "Ori", "Adu" y "Ben Johnson". "Éstos son unos cachondos y no las están pegando con queso", pensé, viendo corroboradas mis sospechas más tarde a la vista de sus tarjetas de residencia (curiosamente Ben Johnson fue el único que dijo la verdad), pero bueno, están en su derecho a tomarse la revancha lingüística y llamarse cómo les dé la gana. Supongo que es como si yo voy a su país y digo que me llamo "Elvis" para que todos me llamen así.

Con el paso de los días he ido observando un progresivo cambio de talante en Jefferson con respecto a sus huéspedes. De la inicial desconfianza e incluso indignación fue pasando a cierta camaradería y, en la actualidad, a un total paternalismo. Sin ir más lejos antes de ayer se dieron dos casos que me dejaron perplejo. "Ori" decía (con gestos y el par de palabras que sabe de castellano) que había pasado una mala noche afectado de dolor de estómago, y el primer comentario que se escuchó fue "a éste le llevo esta tarde al médico", proveniente de Jefferson, naturalmente. Más tarde, finalizada la jornada laboral y mientras nos cambiábamos de ropa, otro de los senegaleses exhibió al descalzarse un enorme "tomate" en su calcetín blanco que contrastaba abrumadoramente con el color del dedo que por él asomaba. Habría pasado totalmente desapercibido de no ser por el comentario de Jefferson: "¡pero Luís, cómo vienes a trabajar así, hombre, con el frío que hace!, esta tarde cuando vuelva con éste del médico nos vamos a comprarte unos calcetines en condiciones".

Además he sabido que Jefferson prepara cena para todos cada noche (evitando el cerdo en respeto a las creencias musulmanas de sus huéspedes) y, a cambio, éstos hacen limpieza general y le dejan la casa como los chorros del oro los días de paro formal o sobrevenido, es decir, los festivos o cuando llueve. Hasta me confesó el otro día que les echará de menos el día que no estén. Así que ya ven, el campo tiene estas cosas, y hasta propicia asistir a una bonita historia de integración y armonía entre razas. Al menos de momento, que tampoco es un servidor muy partidario de echar las campanas al vuelo antes de hora.

Por cierto, durante todo el tiempo que llevamos de campaña (treinta y siete días al momento de escribir estas líneas), Jefferson sólo ha faltado una vez al trabajo. Fue un domingo, concretamente. Al presentarse solos los senegaleses y preguntarles por su anfitrión, contestaron muertos de risa "Jefferson hoy no trabajar, él disé ir ayuntamiento, papeles".

Hasta la facultad de inventar excusas la está perdiendo.

 

P.D.: ¡Feliz Año Nuevo a todos/-as!