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TODO A PULMÓN

El descuartizador

El descuartizador


Una de las cosas buenas que tiene el campo es que aún se estilan los pagos en especie, ese trueque de cosas por cosas a espaldas del vil metal que tiene el encanto de las tradiciones antiguas. De acuerdo, en los tiempos que corren puede no ser muy práctico, pero qué quieren que les diga, de vez en cuando y en su justa medida yo lo agradezco más que el frío billetaje.

Hace unas semanas mi señora había resuelto un engorroso reparto de herencia al pastor que “saca las ovejas de paseo” (expresión de mi Beatriz) por los barbechos y cañadas que circundan la cortijada. La complejidad de la herencia residía no en el volumen de bienes a repartir, sino en las consecuencias de esa antigua costumbre de la gente del campo de cerrar los tratos con un apretón de manos y unos chatos de vino en la taberna, sin más papeles ni más formalidades. En parte, claro, porque posiblemente ninguna de las partes contratantes sabía leer ni escribir.

Así que, agradecido, se presentó el pasado domingo el pastor en nuestro cortijo encontrándome yo enfrascado en mis tareas domésticas, ya que mi mujer y las niñas habían ido a ver una camada de cachorros de mastín recién nacidos en un cortijo vecino. Concretamente hallábame yo entregado a la poco noble tarea de pasar el plumero para limpiar el polvo y quitar telarañas de la cocina-salón-cuarto de estar-chimenea, todo en la misma habitación (otra de las cosas buenas que tiene el campo es la pluralidad de usos de las distintas dependencias de un cortijo), cuando oí gritar desde el portón “¿quién vive?”. Reconocí al instante la voz del pastor y grité a mi vez “¡pasa Juan, estoy aquí!”. Le vi a través de la ventana cruzar el patio con un saco de los que se usan para el abono de los olivos en su mano derecha que, a simple vista, parecía pesar bastante. Desde la puerta de la casa volvió a gritar “¿se puedeeee?”, pese a que me encontraba a menos de cinco metros de distancia. “¡Pasa hombre, que estás en tu casa!”, le grité a mi vez.

Sin atreverse a cruzar la entrada del salón me miró de arriba abajo desde el umbral y sus ojos se detuvieron en el plumero que yo tenía en la mano derecha.

- ¿Qué haces?- dijo, pero sonó más a exclamación que a pregunta. En Andalucía “¿qué haces?” o “¿dónde vas?” son fórmulas de salutación equivalentes a “buenos días, ¿cómo estás?”. No obstante yo opté por tomarla al pie de la letra.
- Pues ya ves, limpiando el polvo un poco.
- Ya – y quedó un rato pensativo, para añadir segundos más tarde- ¿Es que le ha pasao algo a tu mujer?
- No, ha ido con las niñas a donde el Bartolo a ver los perrillos nuevos, ... ¿querías verla?

Su expresión era la de no dar crédito a lo que sus ojos veían. Contrariado masculló un “entonces ...” y yo sabía lo que venía después (“¿por qué no limpia tu mujer, que pa eso está, y tú vas con las niñas?”), pero por algún motivo prefirió eludir la pregunta.

- Yo es que “sus” traía un choto, por lo de los papeles de mi padre. De parte de mis hermanas y de la mía, claro, mu agradecíos – dijo moviendo el saco, despejando así toda duda acerca de su contenido.
- Hombre Juan, pues muchas gracias pero no os teníais que molestar, hombre, que ya sabes que lo hacemos encantaos – contesté.
- No, si no es molestia. He matao el más “ternico” y te lo he traío ya pelao.- y lanzando una significativa mirada al plumero añadió- ... igual preferías que te lo hubiera traío troceao también.

Aquel último añadido me picó en lo más profundo de mi orgullo, puede que hasta sin razón. Vale que trajera despellejado al animal, una tarea que no es fácil si no tienes mucha práctica y que requiere de cierta infraestructura, pero poner en duda mi capacidad para trocear un choto podía ser sinónimo de cuestionar mi virilidad y no estaba dispuesto a tolerarlo. Uno tiene una reputación que mantener.

- No, está bien así, pero mira, ya que estás aquí lo troceamos ahora mismo en el patio. Espera que voy a por el hacha y me echas una mano agarrándolo mientras le atizo – había que dejar claro que el descuartizador iba a ser el menda, y ante sus propios ojos, así que pronuncié el “atizo” con toda la bravuconería de la que fui capaz.

Dicho y hecho, solté el plumero y entré raudo en busca del hacha. Una vez en el patio sacamos el rojo cadáver del saco y lo pusimos sobre un tronco de madera que ya he utilizado otras veces para tal menester. De haber estado solo habría meditado una y mil veces cada hachazo, la mejor posición en la que colocar la pieza y el lugar exacto en el que descargar cada golpe. Pero en presencia de Juan y con tales antecedentes había que mostrar resolución en el ademán y ninguna vacilación. Así que, como si de mi peor enemigo se tratase, empecé a descargar un hachazo tras otro con verdadera saña sobre el cuerpo inerte del choto, notando como el hacha quebraba en seco cada uno de sus huesos hasta quedar bien clavada en el tronco de madera, mientras profería todo tipo de maldiciones e insultos hacia el desdichado animal.

Unos minutos después, sudando pese a las bajas temperaturas del día, miré satisfecho el montón de carne despiezada.

- ¿Qué? – le espeté a Juan con gran tono de satisfacción - ¿Corta o no corta el hacha?

Él se limitó a asentir con gesto de evidente aprobación. Estaba claro que aquella carnicería había disipado todas sus dudas, y tras despedirse y agradecerle yo una vez más el detalle, se marchó.

A solas otra vez pensé que ya que tenía la carne recién partida no estaría mal una abundante ración de choto al ajillo para acompañar la comida y sorprender con semejante manjar a mi esposa e hijas a su regreso. Por alguna extraña razón, en el campo la única tarea culinaria reservada a los varones es la de mover la masa de las migas cuando se hacen en una lumbre de palos, labor que requiere de grandes dosis de fuerza en la muñeca derecha (o izquierda, si se es zurdo, claro) y que al cabo de unos minutos produce grandes dolores en dicha articulación, por lo que es necesaria la participación de más de un macho, cuyo grado de hombría se mide en proporción directa al tiempo que aguanta rasera en mano, naturalmente.

Pero uno es un “cocinica” irredimible, así que me puse manos a la obra con el choto. El problema fue que, en pleno guiso, se presentó el guarda del coto, viéndome sorprendido por segunda vez en pocas horas en una actitud poco apropiada para un hombre supuestamente de campo como yo.

- ¿Hay alguieeeeen? – gritó desde el portón.
- ¡Pasa Pacoooo, estoy aquí dentro!

Desde el umbral del salón se quedó mirándome, en idéntica pose a la adoptada minutos antes por el pastor, enfundado yo en un delantal rojo de lunares blancos que asemeja un vestido de flamenca, con propaganda de Coca-Cola, que me regaló el dueño de un bar durante la pasada feria. Debía estar verdaderamente ridículo a juzgar por la expresión de su cara, pues resultaba evidente que se estaba descojonando por dentro, aunque consiguió mantener la compostura.

- ¿Qué haces? – la pregunta sonó esta vez a plena incredulidad, como quien sorprende a un suicida instantes antes de lanzarse al vacío.
- Pues ya ves, aquí cocinando. Pasa que en cuanto mueva esto un poco estamos echando unos vinos- contesté con la mayor naturalidad que me fue posible.
- ¿Es que le ha pasao algo a tu mujer?...

Lo malo es que ahora no tenía ningún choto que descuartizar.


NOTA: Como ya habrán deducido, la ilustración que acompaña a este relato la elegí por el hacha, naturalmente.

Yo también les vi

 

Al hilo del manifiesto a favor de SS.MM. los Reyes Magos y de este ambiente prenavideño que cada año comienza antes, les contaré lo que el otro día me narraba mi hermana acerca de una conversación mantenida con su hija. Mi sobrina y mi Claudia, que se llevan justo un mes de diferencia, se encuentran en esa etapa de la vida en que el asunto de los Reyes Magos se convierte en el principal enigma a resolver. Inevitablemente en el colegio algunos compañeros -sobre todo los que tienen hermanos mayores- han empezado a abrirles los ojos acerca de la verdad que se esconde tras esta monumental mentira piadosa que los padres, generación tras generación, hemos venido urdiendo. Al menos hasta ahora, que tal y como está el patio no sé yo si durará mucho.

 

El caso es que ambas primas albergan dudas más que razonables y a su edad creer en la existencia de los Magos de Oriente supone un ejercicio de fe difícil de sobrellevar. A falta de "confirmación oficial" por parte de la autoridad paterna, se aferran a algo parecido a  aquel cartel que Mulder, el agente de "Expediente X", tenía colgado en su oficina: "I want to believe" ("quiero creer"). Pero claro, la ingenuidad de la infancia dura poco (¡parece que fue ayer!) por mucha voluntad que se le quiera poner.

Y es que incluso con "confirmación oficial" se resisten a desprenderse de esa parcela de la vida que van dejando atrás mientras sus pasos caminan inexorables hacia la adolescencia. Me contaba mi hermana que mi sobrina se armó de valor y planteó la pregunta directamente a su madre. "Mamá, ¿los Reyes son los padres?". Mi hermana, que no es el colmo de la diplomacia ni pertenece a la cofradía de los paños calientes, contestó con un seco "Pues claro". Posiblemente porque aquella respuesta seca y directa no se la esperaba mi sobrina no se rindió y agarrándose a un clavo ardiendo le contestó: "Eso no es verdad, porque ... ¡yo les vi!". Mi hermana le explicó que los que salen en la cabalgata son gente disfrazada, creyendo que la visión a la que se refería era ésa. "No, no, yo les vi en el pasillo de casa, una noche de Reyes".

Y casi me avergüenza contarlo, pero a mí me pasó exactamente lo mismo. No recuerdo a qué edad, pero una noche de Reyes en la que, como todas, me costaba conciliar el sueño -algo que aún me pasa- desfilaron ante la puerta de mi dormitorio las siluetas de los tres magos. Por éstas que los vi con estos ojitos que se han de comer los gusanos. Y hasta he corroborado mi visión preguntando a mis padres si acaso se disfrazaban de reyes en esa noche, con respuesta negativa, por supuesto. Pero sigo estando seguro de que les vi, ése es quizás el recuerdo más imborrable de mi infancia. La fe, dicen, mueve montañas ... y crea visiones.

Por eso el otro día, cuando mi hermana contaba la conversación mantenida con su hija, todos me miraron estupefactos cuando, sin perder la compostura, afirmé al terminar su relato con toda la seriedad que me fue posible: "Pues lleva razón tu hija, porque yo también les vi".

Campaña pro Reyes Magos

Marienn me ha remitido esto y dice que "estos son de los míos". Desde luego, suscribo el manifiesto punto por punto:

CAMPAÑA EN APOYO A NUESTROS QUERIDOS REYES MAGOS, MARGINADOS Y OLVIDADOS
GRACIAS A UN INVASOR GORDO Y SEBOSO PRODUCTO DEL CONSUMISMO COMPULSIVO...

Estos tres pobres venerables ancianos llevan dos mil años con su PYME,
atendiendo únicamente al mercado español y sin intención de expandirse y
están sufriendo una agresión que amenaza con destruirlos.

Reivindicamos la figura de los Reyes Magos porque:

1. Los Reyes Magos son un símbolo de la multirracialidad y nunca han
tenido problemas de inmigración.

2. Los Reyes Magos son fashion total, su elegancia en el vestir no ha
pasado de moda en dos milenios.

3. Si no existiesen los Reyes Magos, las vacaciones se acabarían el 2 de
Enero.

4. Los Reyes Magos son ecológicos, utilizan vehículos de tracción animal
que con su estiércol contribuyen a fertilizar el suelo patrio (nada de
trineos volando ni gilipolleces que no existen...)

5. Los Reyes Magos generan un montón de puestos de trabajo entre
pajecillos, carteros reales y multitud de gente que va en la cabalgata.

6. De Papá Noel puede hacer cualquier pelagatos, pero para hacer de Reyes Magos se necesitan al menos tres.

7. Los Reyes Magos fomentan la industria del calzado y enseñan a los
niños que las botas se deben limpiar al menos una vez al año. Por contra, el gordinflas exige que se deje un calcetín, prenda proclive a servir de
acomodo de la mugre, cuando no de indecorosos 'tomates'.

8. Los Reyes Magos planifican concienzudamente su trabajo y se retiran
discretamente cuando acaban la función.

9. Santa Claus vive en el Polo norte y por eso es un amargado, los Magos
son de Oriente, cuna de la civilización y por ello de una elegancia no decadente.

10. Los Reyes Magos tuvieron un papel destacado en la Navidad, Santa Claus es un trepa que trata de aprovecharse del negocio y que no participó en nada en los acontecimientos de la Navidad.

11. Los Reyes Magos son de los poquísimos usuarios que mantienen en pie la minería del carbón en Asturias. No lo han cambiado por gas natural ni por bombillitas horteras.

12. Los Reyes Magos lo saben todo. Santa Claus no sabe otra cosa que agitar estúpidamente una campanita.

13. Santa Claus es un zoquete que no respeta los sentimientos de los renos de nariz colorada. No hay documentado ningún caso de maltrato psicológico por parte de los Reyes Magos hacia sus camellos.

14. Los Reyes Magos son agradecidos, siempre se zampan las golosinas que les dejamos en el plato.

15.Sin los Reyes Magos no se habría inventado el Roscón de Reyes.

16.Finalmente, Santa Claus se pasa la vida diciendo '¡Jo, jo, jo!'. Risa
forzada y sin sentido. Señal de estupidez.

Empecemos la campaña en PRO DE NUESTROS QUERIDÍSIMOS Y ANTIQUÍSIMOS REYES
MAGOS, QUE VUELVAN A AFLORAR LAS TRADICIONES CON ARRAIGO CENTENARIO...

Todos los años por estas fechas sufrimos una agresión globalizadora en forma de tipo gordinflón, una manipulación de las mentes de los niños de España y del resto del universo.

Ese adefesio carente del más mínimo sentido de la elegancia en el vestir,
con aspecto de dipsómano avejentado y multirreincidente en el allanamiento de morada por el método del escalo, es un invento de la multinacional más multinacional de todas las multinacionales, Coca-Cola.

En los años 30, cogieron al San Nicolás de la tradición Nórdica, que
originalmente se paseaba vestido de obispo o de duende un tanto
zarrapastroso y lo enfundaron en un atuendo con los colores corporativos
(rojo y blanco).

Desde entonces, generaciones de tiernos infantes de medio mundo han sido machacadas por la publicidad, alienándose hasta tal punto que piensan que un mamarracho publicitario representa todo lo bueno del ser humano.

¡Basta ya!, ¡reivindiquemos nuestras señas de identidad! ¡Abajo Santa Claus y vivan los Reyes Magos!

 

Bruce Springsteen: The River

Hace mucho tiempo que no pongo algo de música en este antro, así que nada mejor que "The Boss" con este temazo que a mí aún me sigue emocionando cada vez que lo escucho.



Vengo del sur del valle
Donde, señor, cuando eres joven,
Te educan para llegar a ser
Como tu padre fue
Mary y yo nos conocimos en el instituto
Cuando ella sólo tenía diecisiete años
Solíamos escapar del valle
A donde los campos eran verdes

Bajábamos al río
Y en el río nos sumergíamos
Oh abajo en el río paseábamos

Entonces dejé embarazada a Mary
Y hasta ahí llegó a escribir
Y por mi 19º cumpleaños me regalaron
Un certificado de matrimonio y una chaqueta de novio
Bajamos al juzgado y el juez lo arregló todo
Ni sonrisas de día de boda, ni paseo por el pasillo
Ni flores, ni vestido de novia

Esa noche bajamos al río
Y en el río nos sumergimos
Oh abajo en el río paseamos

Conseguí un trabajo en la construcción
Para la Compañía Johnston
Pero últimamente no ha habido mucho trabajo
Por culpa de la economía
Ahora todas aquellas cosas que parecían tan importantes
Bueno, se desvanecieron en el aire
Ahora yo hago como que no lo recuerdo
Mary hace como que no le importa

Pero recuerdo cuando íbamos en el coche de mi hermano
Su cuerpo bronceado y húmedo en el embalse
Por las noches en la orilla me quedaba tumbado despierto
Y la abrazaba fuerte para sentir su respiración
Ahora esos recuerdos vienen a perseguirme
Me persiguen como una maldición
¿Es un sueño una mentira si no se hace realidad
O es algo peor?

Que me lleva abajo al río
Aunque sé que el río está seco
Me lleva abajo al río esta noche
Abajo en el río, mi chica y yo
Oh abajo en el río, donde paseábamos

Éste es de los míos

El pasado 2 de noviembre leí en prensa esta crítica televisiva firmada por José Javier Esparza. Qué bien nos lo íbamos a pasar los dos tomando unos vinos:

Aún sueño con ella. La otra noche apareció en pantalla, a la hora de ‘Gran hermano’, una mujer cuyos rasgos recordaban vagamente a los de Mercedes Milá, pero en una disposición nueva y con un atavío inesperado, todo morados y negros sobre una palidez macilenta, exudando una suerte de sexualidad mórbida, a mitad de camino entre la señora Monster y un anuncio de páginas necrófilas en Internet. ¡Pero qué miedo, oiga! “No, hombre: era, en efecto, Mercedes Milá, que se había disfrazado de gótica por lo de Halloween”. Ah, ¿sí? ¿De ‘gótica’? ¿Flamígera, acaso? Porque renacentista no parece. ¿Y Halloween dice usted, o sea ‘jalogüín’, como dicen por acá? ¿Y Mercedes Milá se ha disfrazado de eso por propia voluntad o la han obligado? Aquí se está poniendo de moda exhibir enormes tragaderas en nombre del buen rollito y la cordialidad a todo trance, pero, ¿qué quiere usted qué le diga? Me resulta deplorable la actitud de estos idolillos de la teleprogresía que van por la vida de antiamericanos viscerales y, al mismo tiempo, se convierten en ejemplos vivos de la colonización cultural norteamericana, ya sea cantando a Nueva York como la meca necesaria del género humano, ya calzándose zapatillas domésticas como estas del ‘jalogüín’.


Nunca se repetirá bastante que este ‘jalogüín’ televisado a todos los rincones del globo (porque la flojera de remos identitarios no es cosa sólo española) desde algún lugar de ‘jolivú’ no es más que una degeneración comercial y boba de una vieja fiesta pagana completamente desvirtuada, y viene a suplantar a otra fiesta cristiana deliberadamente olvidada. Tanto el viejo ‘samain’ céltico como el no tan viejo día cristiano de difuntos coinciden en festejar la hermandad de muertos y vivos: todos formamos parte de la misma comunidad. Por el contrario, ‘jalogüín’ es una mascarada fúnebre que consiste en cubrir el miedo a la muerte y la repulsión a los muertos con la puerilidad de un disfraz horrible. Habrá quien piense que todo esto no tiene tanta importancia; bueno: que me lo cuente cuando esté criando malvas y nadie le recuerde como a un hermano que se fue, sino como a un repulsivo zombi con cara de calabaza. ¿No dicen que la cultura se construye sobre el culto a los muertos? Pues bien: ‘jalogüín’ es un perfecto ejemplo de cómo la televisión contribuye a destruir una cultura desde sus propios cimientos. Que eso se abandere en programas como ‘Gran hermano’ es, después de todo, completamente natural: sólo en la apología permanente de la vacuidad espiritual e intelectual puede crecer una monstruosidad como esta. Lo que pasa es que, en ese sentido, ‘Gran hermano’ es un espejo fidelísimo de nuestra sociedad. Y doña Milá, nuestra patrona.

Soneto para una ruptura

Un día, hace ya algunos años, tomaba café con mi enemigo íntimo y le conté los detalles de algunos casos que se presentan en mi despacho. Impresionado, tomó una servilleta y sobre ella escribió lo siguiente:

Un adiós y el estruendo de un portazo
sacude las vidrieras de sus ojos,
preludio de lamentos y sonrojos
que aplana el sentimiento de un mazazo.
.
Los armarios repletos de vacío,
la carta sin abrir del abogado,
la foto del bebé, el cristal rajado,
la húmeda mejilla en pleno estío.
.
Y al cabo del amor, ¿qué es lo que queda?
Silencio y soledad en cualquier parte
y guerras por venir en el juzgado.
.
Y al grito vil de ¡sálvese quien pueda!
se largan los recuerdos, al descarte
del dos de corazones masacrado.

Si alguna vez, de una u otra manera, has perdido a alguien.... entenderás estas letras. Por Ppilla

Si alguna vez, de una u otra manera, has perdido a alguien.... entenderás estas letras. Por Ppilla

Te echo de menos, te lo dije ayer, esta mañana, hace un rato y te lo digo ahora, con el frío de la noche otoñal entrando por la ventana abierta, con la claridad que tienen los pensamientos cuando el sueño se niega a llegar, te lo digo desde el fondo de mi alma y con todas las fuerzas de mi corazón, te echo muchísimo de menos.  

Pienso en ti como hace nuestra Mafalda arriba, te dedico mil pensamientos diarios, aunque tú te empeñaras en decir que eso es exagerado e imposible, te dedico mil sonrisas, te cuento, calladamente, para ti y para mí, lo que hago cada día, lo que siento, te cuento lo que voy sintiendo a cada minuto de mis días, me gusta esa sensación de poder hablar en silencio con alguien, con la complicidad que da lo íntimo, lo que sólo uno sabe, rio y lloro por los dos, miro y veo por los dos, creo que nunca hice eso cuando estabas aquí, supongo que una vez que falta una de las partes el egoísmo no tiene razón de ser, disfruto recordando todo lo que hicimos y lloro al pensar lo que nunca haremos, no me arrepiento de nada, sólo de no haber hecho las mil cosas que nos quedaron escritas en el cuaderno rosa. 

Hoy hemos estado hablando de libros de infancia y adolescencia, me he dado cuenta lo bonito que es poder recordar y me he dado cuenta que, aunque duela tu ausencia, puedo mitigar ese dolor con tu recuerdo, como decíamos siempre, puedo abrir la botella y dejar salir los pequeños espíritus de vivencias propias, es cuestión de verlos bailar y revivir lo que nos ofrecen, cerrar los ojos y dejar que pase la película de esos momentos, y volver a sonreír recordando la primera vez que subimos a la nieve o volver a emocionarte al recordar la música de La Misión, es cerrar los ojos y recordar el olor de tu piel y el del helado de limón, es cerrar los ojos y recordar cada gesto de tu cara y el movimiento de tus manos, es cerrar los ojos y volver a ver tu sonrisa cálida y feliz, lo más duro es volver a abrir los ojos, vuelve la realidad de tu ausencia y el dolor de no tenerte… 

Me iría ahora mismo a lo alto de cualquier montaña, me apetece tener la sensación de sentirme pequeñita, contemplar todo lo que me rodea con ojos de niño pequeño que descubre, así me sentí cuando te fuiste, con la sensación de que todo me venía grande, pero recordé tus palabras y me enfrenté a todo lo grande, fui capaz de decir, aunque con voz tan baja que sólo yo lo oía, “sí, me siento así de pequeña, pero sigo respirando, hoy me duele pero creceré, también es esto creceré, él me ayudará, como siempre, también en esto me ayudará y yo le daré las gracias”.

 Te echo de menos, aún no puedo recordarte sin que duela, pero sé que llegaré a hacerlo, sólo es cuestión de esperar… y mientras llega ese momento, pienso en ti cada minuto de mis días, alegres por pura cuestión de supervivencia, pero tristes por no tenerte a mi lado. 

Allí donde estés, queridísimo amigo del alma, no me olvides nunca…., y recuerda, que, como decía la canción, “… y tu ausencia pasa a ser mi eternidad, tu silencio mi paz, tu recuerdo mi motor….” 

Mis amigos de la infancia

 

En algún momento de mi adolescencia postrera debió tener lugar aquel infame juicio sumarísimo. Quiero pensar que ocurrió como en ese episodio del Quijote en el que entre el cura y el bachiller, creo recordar, deciden qué libros del hidalgo manchego debían ser condenados a la hoguera y cuáles salvados. Posiblemente fue debido a la falta de espacio en las estanterías de mi dormitorio, o porque una mañana me levanté y me sentí absurdamente mayor, pero el caso es que, por más que lo intento, no logro recordar el momento en que sucedió.

 

Sin embargo, como esos cadáveres que aparecen al cabo de los siglos emparedados entre  muros centenarios, ahí estaban de nuevo los libros de mi infancia y adolescencia, rescatados del olvido con motivo de la limpieza general emprendida en estos días por mi madre en los silentes armarios del trastero de su casa, de "mi casa", como aún la llamo. Dos enormes cajas de cartón repletas de libros que han emergido a mis ojos como cofres repletos de tesoros que algún pirata abandonó en una isla desierta. Gracias al cielo que mi progenitora tuvo a bien consultarme antes de deshacerse de ellos para siempre.

 

Dediqué la mañana del sábado en compañía de mis hijas a ir sacándolos uno a uno y me ocurrió una cosa curiosa: recordaba argumentos y personajes con mucha más nitidez que los de cualquier novela que haya leído el año pasado, e incluso éste. Será porque entonces me asomaba a aquellas páginas ávido de vivir las aventuras de sus protagonistas, de sentir el olor a salitre que desprendían (y juro que aún desprenden, pese a no haber salido nunca de mi casa) las tapas de las novelas de Sandokán, de tocar el polvo del desierto de Arizona por el que indios y vaqueros dirimían sus rencillas narradas por Karl May, de sentir el frío acero del Nautilus del Capitán Nemo, de escuchar los ejemplares cuentos que Patronio contaba a su señor, el Conde Lucanor. También estaban las colecciones casi completas de aquellas pandas de Los Cinco y Los Siete Secretos salidas de la pluma de la prolífica Enyd Blyton, cuyas páginas huelen a merienda de galletas María y chocolate "La Campana". Rememoré aquellos veranos que pasé leyendo las aventuras del Lazarillo de Tormes y compartiendo las desdichas de El Último Mohicano, y las semanas santas en que anduve recorriendo el Mississippi con mi amigo Tom Sawyer o visitando  mundos inimaginables de la mano del gigante o enano Gulliver, según fuera el caso. Por supuesto fui visitado, como el señor Scrooge de Dickens, por el espíritu de las navidades pasadas, presentes y futuras y di la vuelta al mundo en ochenta días, viví los peligros de la selva junto a Orzowei y los de la jungla junto al Mowgli de Kipling. Y muchos, muchos más, casi todos con mi nombre y apellidos manuscritos con pueril caligrafía en su primera página.

 

A cada libro que sacaba de su ataúd mis expresiones de alegría iban en aumento, como quien se reencuentra con viejos amigos a los que no veía desde hace mucho tiempo. Mis hijas me miraban divertidas mientras curioseaban algunos títulos, aunque creo que no llegaban a entender tanto júbilo. Pese a que tanto su madre como yo intentamos inculcarles el gusto por la lectura me temo que en estos tiempos de videojuegos y deuvedés no logran comprender las horas de placer y diversión que pasé entre esas páginas cuando tenía su edad. A veces las envidio por todo lo que la vida les ha puesto al alcance, pero les aseguro que el sábado sentí una gran compasión por ellas.

Adelgace por amor

 

 

Leo en la prensa de este fin de semana este genial artículo de Juan Manuel de Prada y lo transcribo por si alguien se anima a ponerse a régimen, si es que no lo está ya.

Hubo un tiempo en que el culto al cuerpo y la beatificación del ejercicio físico como manantial de salud me sumieron en una melancolía perpetua. Daba la impresión de que quienes habíamos decidido engordar pacíficamente, sin someter nuestro organismo a plebeyas contorsiones de gimnasio, estábamos condenados sin remisión al ostracismo social. La proliferación atorrante de dietas milagrosas que garantizaban la esbeltez fue el corolario natural de aquella tenaz propaganda que hizo del deporte y el derramamiento de sudor una especie de religión para abducidos. Quienes seguíamos comiendo a deshoras y practicando el sedentarismo y cultivando con esmero nuestros michelines habíamos ingresado en una categoría marginal, lindante con la escoria infrahumana. Los últimos avances científicos, sin embargo, nos brindan una rendija de esperanza: según leo en una revista de divulgación, el método de adelgazamiento más infalible consiste en enamorarse. Ya nunca más nuestro perímetro abdominal se dirimirá en los gimnasios, esos quirófanos con olor a sobaco.

Por fin los perezosos podremos reivindicar nuestras convicciones, sin temor a ser considerados leprosos o herejes. Contra quienes recomendaban, por ejemplo, la bicicleta estática como método infalible para rebajar grasas podremos oponer el acto mucho menos cansado de enamorarnos platónicamente. ¿Quién querrá a partir de ahora sudar la camiseta, conociendo las infinitas ventajas terapéuticas que proporciona un ‘flechazo’? Según leo, son casi trescientas las sustancias químicas que el organismo libera (y eso sin contar la tan cacareada bilirrubina, que promocionó un célebre cantante sandunguero) cuando resultamos agraciados en la lotería del amor.

La glándula del timo, por ejemplo, que favorece el crecimiento de los huesos y el desarrollo de las gónadas (perdonen que me ponga tan fino), empieza a segregar timina como una descosida, sustancia que atempera los berrinches y estimula el buen humor. La médula suprarrenal, a su vez, reprime la producción de cortisol, la hormona responsable del estrés. El hígado libera grandes dosis de glucosa que actúan como un bálsamo sobre nuestro cansancio muscular y hacen desaparecer las agujetas. Los glóbulos blancos que desfilan por nuestra sangre empiezan a moverse con un mayor ajetreo, aumentando nuestras defensas contra enfermedades de tipo infeccioso y aumentando la presión sanguínea. Pero, sin duda, es el cerebro el que más activamente participa en esta algarabía química desatada por el amor.

Son muchas las sustancias que libera este órgano para el que aún no se ha inventado ningún ejercicio gimnástico convincente, salvo el cultivo de la inteligencia. El cerebro se deshace como un flan, a la vista del ser querido, y empieza a emitir ácido glutámico y feniletilamina a granel, neurotransmisores que nos instalan en una especie de nirvana seráfico, a la vez que envía a la médula espinal grandes contingentes de adrenalina y endorfinas que nos hacen insensibles al dolor. Por si todavía hubiese alguien remiso a las ventajas del enamoramiento como ejercicio salutífero, añadiré que, además, se adelgaza: el subidón de dopamina que experimentamos bloquea la hipófisis y anestesia las reclamaciones del estómago. ¿Se puede pedir más?

Enamorarse no produce contusiones, ni esguinces, ni contracturas, ni siquiera sudor,a diferencia de esos otros ejercicios tan ordinarios que recomiendan los apóstoles de la cultura física. Guarden el chándal en un armario, clausuren sus glándulas sudoríparas, renieguen del ejercicio físico y enamórense sin moverse de la silla, incluso tumbaditos a la bartola. Su salud se lo agradecerá.

Jálogüin

 

 

Me lo veía venir un año de estos, y ha tocado éste: ayer mis hijas me pidieron permiso para disfrazarse de vampiras en la fiesta de "Jálogüin", así, con esa "j" de Jaén que tan marcadamente pronunciamos aquí.

- ¿En la fiesta de qué?- contesté, sabiendo de sobra a qué se referían pero con la aviesa intención de ver si ellas lo sabían igualmente.

- De Jalogüin papá, ya sabes, disfraces de cosas de miedo y eso.

- Que yo sepa aquí sólo nos disfrazamos para carnaval, ¿es que lo han adelantado este año?".

Se miraron entre ellas incrédulas de que su padre no supiera lo que es Jálogüin y lo confundiera con el carnaval.

- No papá, es eso que sale en las películas, los niños vestidos de vampiro, de esqueleto, de diablo, que van por las casas asustando a la gente - ellas siempre se sienten importantes cuando son conscientes de que saben algo que su padre no sabe.

- ¡Ah!, en las pelis americanas queréis decir. ¿Y eso cuándo es?

- Pues el día 1 de noviembre.

- ¿Pero ése no es el día de Todos los Santos? ¿la víspera del día de los Difuntos?

- No sé - me contesta Claudia dubitativa, pero finalmente añade resuelta - es ... Jálogüin.

Entonces vinieron a mi mente los recuerdos de mi infancia en la noche de Difuntos: el don Juan Tenorio que inevitablemente se emitía año tras año en la tele en blanco y negro, las cenas en casa de mi abuela, con aquellas pequeñas mechas encendidas sobre aceite que aquí llamaban "palomicas" y las siniestras sombras que proyectaban sobre los rincones de la habitación a oscuras, mientras los mayores entonaban extrañas e ininteligibles oraciones y letanías por el alma de los difuntos en un tono anormalmente grave; por si no era de por sí bastante inquietante el ambiente, los primos mayores se dedicaban a asustarnos aún más a los de menor edad. Tradiciones que se han perdido en el devenir generacional, pero que en ese momento conté a mis hijas. Al terminar, naturalmente, ellas seguían considerando más divertida la tradición yanki.

- Bien, pues haremos una cosa - dije adoptando una de mis soluciones salomónicas -. Este año cada cual que celebre "Jálogüin" o la noche de Difuntos como quiera. Eso sí, el que opte por lo americano se queda sin probar los buñuelos, los huesos de santo, la batata con miel y las gachas de la abuela. En su lugar puede cenar hamburguesas o palomitas.

"Por la boca muere el pez", pensé, porque inmediatamente ambas empezaron a protestar. De nada les sirvió, porque hice un llamamiento a la coherencia. O redondo o cuadrado, o de Jaén o de Wisconsin, o buñuelos o hamburguesas. Así que por este año (les chiflan los dulces que hace mi madre) hemos ganado a las todopoderosas multinacionales, pero ya veremos en los venideros.

Ahora lo llaman globalización, pero esto de toda la vida ha sido imperialismo. Me cago en todos sus muertos, sus vampiros y su calabaza, nunca mejor dicho.

 

Otro soneto sin título

Mi enemigo íntimo (él se empeña en que le siga llamando así) me ha enviado un nuevo soneto. Dice que lo escribió hace unos cuatro años, pero que lo considera de rabiosa actualidad, por eso me lo envía. ¿Debería darme por aludido? Juzguen ustedes mismos:

Destrózame el alma otra vez si quieres,
rehúye estos labios que te desean,
pasión que tus ojos tal vez no vean,
injusta tortura que tú prefieres.
.
Deniégame el derecho de pernada,
toréame al trapo de tu sonrisa,
abróchame el cuello de la camisa
después de violarme con la mirada.
.
Me citas de lejos, húmedos labios,
y en eso recibo por lo que doy
buscando saciarme de lo prohibido.
.
Pero hoy rectifico -cosa de sabios-;
no puedo olvidarme de lo que soy:
el mejor amigo de tu marido.

¡Intoxicados!

 

¡Vaya por Dios! Ahora resulta que esta ciudad que me vio nacer y me ve morir cada día es de las cinco más tóxicas de España. Como lo leen. Lo dice, en su estudio "Calidad del aire en las ciudades españolas", el Observatorio Español de la Sostenibilidad. Y un servidor ensalzando hace unos cuantos artículos en esta misma página la brisa matinal con aroma a pino que disfrutamos cada mañana. Pues va a ser que no. Va a ser que el ayuntamiento nos tiene engañados y activa a esa hora un sofisticado e invisible sistema de ambientadores y ventiladores en la vía pública. Ilusos.

Pero vamos a ver, contrariado me hallo: ¿aquí no estamos rodeados por montañas y sierras y mares de olivos, y tenemos el mayor parque natural del país a tiro de piedra? ¿Cómo va a ser eso, señores observadores españoles de la sostenibilidad? Dicen ustedes en su sesudo estudio que la toxicidad del aire la producen la industria y los vehículos ... ¿Industria? ¿Qué industria? Si aquí la única fábrica medio decente que hay es la de galletas Cuétara, que contaminar no sé si contamina, pero no veas cómo jumela el aire a galleta recién hecha cuando pasas por allí, que te entra un hambre que pa qué. Aparte de las almazaras de aceite, yo más industria no he visto por aquí, que ya nos gustaría.

Aunque lo de los vehículos hay que reconocer que es otro cantar. Y ahora que lo pienso, pues hasta puede que lleven razón los observadores estos. Porque hay días que uno ve en la calle más coches que personas, y precisamente días laborables y a horas laborables, que uno se pregunta ¿dónde va tanta gente? ¿no deberían estar currando?. Y si encima caen cuatro gotas a primera hora de la mañana ya ni les cuento. Y no son esos coches que anuncian ahora "ecológicos", qué va. Aquí lo que impera es el todoterreno, que uno a veces piensa si no los regalarán en algún sitio. Y no para el campo, que es para lo que se supone que sirven. Aquí las señoras llevan a sus niños al cole en unos bicharracos que no caben por la calle, oiga, y luego se van al Pryca (que aunque le cambiaron el nombre aquí se le sigue llamando así; para un centro comercial que hay no lo vamos a andar rebautizando cada dos por tres) a hacer la compra y al regresar a casa es cuando viene la verdadera utilidad del nisanpatrol: aparcar montando las dos ruedas en la acera, en la misma puerta de casa, sin rozar los bajos con esos bordillos tan altos que con tan mala leche puso el ayuntamiento, que ya son ganas de molestar (las del ayuntamiento, claro). Y a los quisquillosos peatones que protestan porque no pueden caminar por la acera que les den, que van a ser cinco minutos, joer.

Así que apañados vamos. Respirar, lo justo, so pena de morir por sobredosis de toxinas. Menos mal que nos queda el aceite de oliva, que dicen que es muy sano y tiene propiedades benéficas para escribir una enciclopedia. A ver si tenemos suerte y compensamos una cosa con la otra.

Carta a usted, de José Ángel Buesa

Me gusta la sutil ironía que destilan estos versos.
Señora:
 
Según dicen ya tiene usted otro amante.
Lástima que la prisa nunca sea elegante.
Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa,
se resigne a ser viuda, sin haber sido esposa.
 
Y me parece injusto discutirle el derecho
de compartir sus penas sus goces y su lecho
pero el amor señora cuando llega el olvido
también tiene el derecho de un final distinguido.
 
Perdón... Si es que la hiere mi reproche... Perdón
aunque sé que la herida no es en el corazón
Y para perdonarme... Piense si hay más despecho
que en lo que yo le digo, que en lo que usted ha hecho.
 
Pues sepa que una dama con la espalda desnuda
sin luto en una fiesta, puede ser una viuda.
Pero no como tantas de un difunto señor
sino para ella sola, viuda de un gran amor.
 
Y nuestro amor recuerdo, fue un amor diferente
al menos al principio, ya no, naturalmente.
 
Usted será el crepúsculo a la orilla del mar,
que según quien lo mire será hermoso o vulgar.
Usted será la flor que según quien la corta,
es algo que no muere o algo que no importa.
 
O acaso cierta noche de amor y de locura
yo vivía un ensueño y... y usted una aventura.
Si... usted juró cien veces ser para siempre mía
yo besaba sus labios pero no lo creía.
 
Usted sabe y perdóneme que en ese juramento
influye demasiado la dirección del viento.
Por eso no me extraña que ya tenga otro amante
a quien quizás le jure lo mismo en este instante.
 
Y como usted señora ya aprendió a ser infiel
a mí así de repente me da pena por él.
 
Sí es cierto... alguna noche su puerta estuvo abierta
y yo en otra ventana me olvidé de su puerta
O una tarde de lluvia se iluminó mi vida
mirándome en los ojos de una desconocida.
 
Y también es posible que mi amor indolente
desdeñara su vaso bebiendo en la corriente.
Sin embargo señora... Yo con sed o sin sed
nunca pensaba en otra... si la besaba a usted.
 
Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas
pero ni los rosales dan solamente rosas.
Y no digo estas cosas por usted ni por mí
sino por... por los amores que terminan así.
 
Pero vea señora... que diferencia había
entre usted que lloraba... y yo que sonreía.
Pues nuestro amor concluye con finales diversos
usted besando a otro... Yo escribiendo estos versos.

El niño con el pijama de rayas, de John Boyne

El niño con el pijama de rayas

“Estimado lector, estimada lectora:

Aunque el uso habitual de un texto como éste es describir las características de la obra, por una vez nos tomaremos la libertad de hacer una excepción a la norma establecida. No sólo porque el libro que tienes en tus manos es muy difícil de definir, sino porque estamos convencidos de que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura. Creemos que es importante empezar esta novela sin saber de qué trata ...”

Éste es el comentario que el editor hace en la contraportada del libro, y no seré yo quien le lleve la contraria aunque, sinceramente y después de leerlo, no entiendo a qué viene tanto secretismo. Narrado en clave de cuento infantil, que no tiene nada de cuento y menos de infantil, es un libro que puede llegar a sorprender por la forma en que se muestra el encuentro entre la inocencia y lo monstruoso. Aunque no me ha entusiasmado, me parece muy original la sencillez con la que el autor se acerca a un tema tan sobrecogedor.

Pongo esta reseña porque acabo de saber que ya se está haciendo la inevitable película de este éxito de ventas (tuve que encargarlo en el Corte Inglés y tardaron dos semanas en servírmelo porque estaba agotado en todas partes) y, bueno, ya saben, si quieren leerlo antes de que la peli les estropee la trama aún están a tiempo, no les llevará más de una tarde. Así podrán decir lo de la vaca del chiste: “... me gustó más el libro”.

Bobby Darin: Beyond the sea

Hoy toca un poco de swing, una canción de esas que no me harto de escuchar una y otra vez: el gran Bobby Darin, un auténtico genio que supo desde pequeño que moriría joven y procuró vivir todo lo deprisa que su frágil corazón le permitió.

En algún lugar más allá del mar

En algún lugar, esperándome,

Mi chica se encuentra sobre arenas doradas

Observando los barcos que pasan navegando

En algún lugar más allá del mar

Ella está allí, buscándome,

Si yo pudiera volar como los pájaros del cielo,

Entonces iría derechito hacia sus brazos

Está lejos más allá de una estrella

Está cerca más allá de la luna

Yo sé, más allá de toda duda,

Que mi corazón me llevará hasta allí pronto

Nos encontraremos más allá de la orilla

Nos besaremos igual que antes

Seremos felices más allá del mar

Y nunca más volveré a navegar

 

La Hoguera de las Vanidades

 

Hubo un tiempo en que llegué a formar parte de ellos. Me refiero a mis "compañeros", como con falso corporativismo nos llamamos entre nosotros los miembros del Ilustre Colegio de Abogados. Aunque ayer me di cuenta de lo lejos que me encuentro ya de ellos.

Acabábamos de celebrar un juicio y alguien propuso tomar un café. Pero allí, en la barra del bar, de los cinco resplandecientes figurines entrajetados con sus oscuras togas distraídamente colgadas del brazo, aunque bien visibles al resto de la concurrencia para que quedara perfectamente clara nuestra "respetable" dedicación profesional, el que sobraba era un servidor de ustedes. Mis compañeros hablaban animadamente a grandes voces, dándose cada cual una farisea auto-importancia que se traducía en lo complicado y trascendental de los asuntos que trabajan en sus despachos. De vez en cuando su tono de voz bajaba hasta lo casi inaudible para comentar en tono confidencial los últimos cotilleos de la curia, consistentes en los líos de faldas de tal o cual juez con tal o cual abogada, mostrando los demás fingidos rostros de sorpresa e incluso escándalo ante tan irreverentes revelaciones. Todos parecían disfrutar con aquello, excepto el abajo firmante. Aburrido y sin apenas haber abierto la boca durante la reunión fingí una urgencia en el despacho (no voy a ser yo menos importante que ellos), pagué la ronda de cafés (pese a estar rodeado de tan excelsos y exitosos letrados nadie hizo el menor intento de cambiar mi intención en esto) y salí de allí como alma que lleva el diablo.

Después de comer, para aliviar la tensión que me produce cualquier mañana de juicios y que me dura hasta varias horas después de acabado el evento, decidí dar una vuelta por el campo. Y tuve la suerte de encontrarme con el guarda del coto y pasamos un buen rato apoyados en los viejos aperos de la era, contemplando entre cigarro y cigarro el ir y venir de las perdices. Y qué quieren que les diga, los gogoritos de su canto llamándose unas a otras y todas las demás explicaciones que me iba dando el guarda sobre el cortejo de estas inteligentes aves me resultaron mil veces más interesantes que la ajetreada vida sexual de su señoría que me habían contado horas antes. Y aunque no tan pulcros y resplandecientes como el traje gris, los pantalones vaqueros y la camisa de cuadros son mil veces más cómodos. Por no hablar de los viejos aperos en comparación con la barra del bar.

Lo único que lamento a veces es el tiempo perdido en esos vanidosos cafés. No dejo de reprocharme cómo he podido llegar a estar tan ciego.

Un soneto para el finde

Os dejo este soneto escrito por un buen enemigo íntimo mío que he encontrado escarbando entre los archivos de la desolación. Espero que os guste:

 

¿Por qué no me advertiste el primer día

del mórbido peligro de tus besos?

¿Por qué adictiva causa hasta los huesos

calado de pasión te quise mía?

 

¿Por qué no me privaste de los daños

-directos y también colaterales-

al tiempo de entregar tus credenciales

que luego se tornaron desengaños?

 

Propongo a los ministros competentes

prevengan al común de los pardillos

de riesgos que podríanse evitar

 

con letras grandes y luminiscentes

igual que en un cartón de cigarrillos:

"amar a esta mujer puede matar"

 

El día que fui Cyrano de Bergerac

Lo advierto desde ya: hoy vengo dispuesto a pecar ... de inmodestia. Pero ayer en el canal conté a “mis primos” una historia que llevaba mucho tiempo aparcada en algún rincón polvoriento de mi memoria, un recuerdo que desde ese momento lleva pujando por salir a esta pantalla y al final, pese al pudor que me producen estas cosas, no he tenido más remedio que ceder.

Ocurrió en mis años universitarios; años de libros, apuntes desordenados, salidas nocturnas, novietas y ... tuna. Yo nunca fui un miembro “oficial” de la tuna por dos motivos: la sensación de ridículo que me entraba al ir vestido de tal guisa en plena calle y por expresa prohibición de mi madre que, como cualquier madre del mundo, veía en aquella panda de juerguistas musicales en calzón corto y leotardos la perfecta excusa para no tocar un libro en todo el año. Y no le faltaba razón.

Pero una noche asistí a un ensayo de la tuna del colegio mayor en el que residía y aquello fue mi perdición. En uno de los descansos tomé prestada una guitarra y empecé a garabatear algunas notas, hecho que no pasó desapercibido al director del grupo que de inmediato me propuso inminente ingreso.  Me negué por los motivos ya expuestos y llegamos a un acuerdo intermedio: yo sería músico de apoyo en los ensayos con venia para acompañarles en las salidas cuando quisiera. Al año siguiente fui “ascendido” a director musical, que no era otra cosa que el que se curra los arreglos, elige el repertorio y demás zarandajas. Como no tenía que acompañarles “en escena” y mi nombre sólo aparecía en los programas de los pocos certámenes a los que acudíamos -que nadie leía- la fórmula era plenamente satisfactoria a mis intereses: música y anonimato. 

Había un colegial con fama de huraño y poco sociable al que no sin razón, aunque con cierta crueldad, se le otorgó el apodo de “El Neutro” dada su falta de expresividad y comunicación con el resto de compañeros. Pero El Neutro tenía la habitación contigua a la mía, y a base de encuentros casuales al principio, y no tan casuales después, empezamos a trabar cierta amistad.

Una noche mi nuevo amigo, que conocía mis “clandestinas” actividades musicales, llamó a mi puerta y me hizo un encargo que me dejó de piedra: “quiero que compongas una canción para una chica que me gusta”. Yo intenté escabullirme con burdas excusas, pero él lo tenía clarísimo, y aquella fe ciega en mi capacidad artística acabó por abrumarme, lo reconozco. Total, le pedí algunos datos de la chica, cómo se conocieron, ..., en fin, cualquier cosa en la que poder inspirarme. Imagínense la papeleta: componiendo una canción para una tía a la que no había visto en mi vida, de la que todo lo que sabía era que se llamaba Maribel, tenía los ojos verdes y compartía clase con El Neutro. Para empezar no era mucho, pero lo bueno que tiene el amor platónico es que acepta todos los tópicos idealistas y románticos que le quieras meter, y tres días después tenía compuesto un bolero –titulado “Maribel”, naturalmente- que no sonaba demasiado mal.

Llamé esa noche a El Neutro a mi habitación, tomé la guitarra, le mostré mi obra y al hombre se le veía ciertamente emocionado. Modestia aparte, creo que excedió todas sus previsiones. Pero lo que dijo a continuación me dejó más helado aún: “vale, ahora tienes que ir a cantársela”. Yo simulé no haber captado bien el mensaje y le contesté: “vale, no te preocupes, preparamos los arreglos para el resto de intrumentos, la ensayamos unas cuantas veces y para la semana que viene o la siguiente podemos ir a rondar a tu chica”. “No, no es eso” –dijo él. “No quiero que éstos –refiriéndose al resto de colegiales- se enteren de nada, quiero que vayas tú solo a cantársela”. Aunque en cierto modo, conociéndole, comprendía su pudor ante los demás, mayor era el que me producía a mí ir a cantar serenatas “a pelo” a una desconocida. Así que tras mucho debatir le propuse una fórmula intermedia que, aunque no le satisfizo mucho, no tuvo más remedio que aceptar: grabar el tema en una cinta de casette y que él se la entregara.

Así lo hicimos, y reconozco que la noche en que sabía que mi amigo iba a hacer entrega de la grabación a su chica le esperé despierto e impaciente por conocer el resultado. Al fin oí sus pasos en el pasillo y salí a su encuentro. “¿Qué? –le espeté a bocajarro- “¿cómo ha ido?”. Su sonrisa de oreja a oreja y su rostro resplandeciente hacían innecesaria toda respuesta, le faltaba la corona laureada para parecer un césar que entra victorioso en la ciudad. Su relato fue efectivamente la crónica de un triunfo por goleada, aunque al final dijo algo que me incomodó bastante: “dice que le gustaría conocerte, que tienes una voz muy bonita”. Me negué alegando nuestro pacto de total anonimato y convenciéndole de que el intérprete era lo de menos, que podía incluso irrogarse la autoría de la letra y hasta de la música.

Creí que lo había conseguido hasta que al día siguiente le encontré esperándome al salir de clase de la mano de una chica guapísima. Recuerdo que no esperé a presentaciones: “Maribel, supongo. Me temo que me he quedado muy corto en la letra de la canción”. Uno es así de zalamero con las mujeres, no puedo evitarlo.

Lo malo fue que al día siguiente quien me esperaba a la puerta del aula era Maribel sola y al siguiente vino acompañada de un par de amigas, con la excusa de que pasaban por allí y tenían curiosidad por conocerme. Evidentemente habían escuchado la cinta y a mí aquello, en contra de lo que se pueda pensar, me resultaba tremendamente embarazoso, sobre todo porque cada día que pasaba el coro de amigas de la ínclita Maribel iba en aumento. “Tío, acabarás firmando autógrafos” –decía con sorna mi inseparable amigo “Txomín” (el apodo le venía, efectivamente, por el conocido dirigente etarra; imagínense cómo las gastaba mi primo).

Pero tuve la “suerte” de sufrir un esguince de tobillo jugando al rugby en los días siguientes, lo cual me obligó a volver a mi ciudad natal y guardar reposo durante una buena temporada, justo hasta la época de exámenes finales, lo cual acabó de la noche a la mañana con mi “club de fans”, como las llamaba Txomín, y por ende con mi efímera fama.

Dos o tres años después de terminar la carrera asistí a una cena de antiguos alumnos en el colegio mayor y, a los postres, la tuna nos deleitó con una actuación. Tocaron “Maribel” y lamenté la ausencia de El Neutro en esa cena.

No sé qué habrá sido de ellos, pero me gusta imaginar que al final se casaron y son felices, y que de vez en cuando ponen la cinta mientras cenan en casa a la luz de las velas. E imagino a El Neutro reflejado en los inmensos ojos verdes de Maribel y que, entre beso y beso, se acuerdan un poquito de mí.

Perdón por la inmodestia.

Bailando con lobos (y con lobas)

Nada más llegar allí te das cuenta de que no estás en un parque temático al uso. En Lobo Park, Antequera (Málaga) todo es más artesanal, ... o cutre, si lo prefieren. Desde la entrada el lugar tiene más aspecto de comuna hippie de los sesenta que de parque zoológico y viendo lo básico de las instalaciones uno duda que allí haya lobos o, de haberlos, se los imagina atados con una cadena dentro de una jaula. Nada más lejos de la realidad.

De los lobos hablaré más adelante, pero lo primero que llama la atención es el personal que allí trabaja, todas mujeres jóvenes, con un aire entre hippie –o grunge, como se dice ahora- y aventurero y todas, al menos de las que yo pude oir, con acento extranjero. La que hace de guía durante nuestra visita tiene ese punto exótico y naturista que le dan su acento francés y el ir por supuesto desprovista de todo maquillaje, y ni falta que le hace. A medida que avanza la visita veo a dos chicas limpiando los establos de los caballos, otras dos reparando una verja, y otra más en la inevitable tienda de souvenirs al final del recorrido, pero ni rastro de varón alguno. No obstante durante la visita la guía hace varias veces mención a un tal Daniel que debe ser el inventor de todo este tinglado. Y habla de él con verdadera devoción, indicando una y otra vez que sólo a él le es permitida la entrada a los cercados donde están los lobos. El permiso se lo dan los propios lobos, naturalmente, ya que él los ha criado desde lobeznos y es el único humano al que permiten acercarse. Al final de la visita pasamos por la humilde tienda de recuerdos y advierto en una pizarra Veleda situada tras el mostrador un mensaje escrito en inglés dirigido evidentemente al personal laboral de la instalación: “esta noche fiesta tras el trabajo, con bikini (o sin él)”. En ese momento alguien pregunta por el, a estas alturas, mítico Daniel y la guía responde con una sonrisa cómplice: “está durmiendo”. Teniendo en cuenta que son las una de la tarde uno no puede evitar imaginarse al tal Daniel como el gran sultán de este harén, el “alpha macho”, como denominan al lobo líder de la manada. Reconozco que sentí cierta envidia.

En cuanto a los lobos los hay y muchos, al menos de cinco razas diferentes y en semi-libertad. Se encuentran en vastas extensiones de monte bajo y al principio cuesta verlos, pero la guía trae consigo un cubo de plástico al que quita la tapa con gran estrépito. Está claro que ese cubo es el que utilizan para llevarles la comida, porque nada más oir el ruido de la tapa abriéndose acude presta la manada a las inmediaciones de la verja electrificada. Y uno contempla con estupor al resto de visitantes, que disparan divertidos y excitados sus cámaras hacia los animales, inconscientes de lo que en realidad estamos viendo. Porque una manada de lobos corriendo hacia uno monte abajo es una cosa que, al menos al abajo firmante, acojona bastante.

Será porque en seguida vinieron a mi memoria las historias que mi abuelo me contaba de cuando él estuvo de maestro en un pueblo perdido en mitad de la Sierra de Cazorla. Como aquélla del paisano al que no se le ocurrió otra cosa (o igual sí se le ocurrió, pero no tuvo más remedio que hacerlo) que ir de un pueblo a otro en su borrico en plena noche de ventisca y a mitad de camino le rodeó una manada de lobos. El hombre, muerto de miedo pero sin mirarlos directamente, no detuvo su cabalgadura y eso probablemente le salvó la vida. Durante todo el trayecto fueron los lobos dando vueltas alrededor de burro y jinete, como pensándose qué hacer, y no les dejaron hasta llegar a la entrada del pueblo. Contaba mi abuelo que aquel vecino, que hasta entonces lució una hermosa cabellera negra, llegó con el pelo completamente blanco. Desde entonces le llamaron “el albino”.

O aquélla de otro paisano que a mitad de la noche oyó gran revuelo en el gallinero y, temiéndose que fueran ladrones, salió por la puerta con su escopeta de cartuchos en la mano, dispuesto a dar escarmiento a los amigos de lo ajeno. El problema fue que se encontró con una manada de cinco lobos, tres de los cuales le rodearon inmediatamente mientras los otros dos daban buena cuenta de las gallinas, a las que accedían merced a un túnel que habían excavado con sus garras bajo la tapia. Y los ejemplares que le rodeaban le enseñaban los dientes con las patas traseras en tensión, prestas a un salto directo a la yugular del paisano, como diciendo “yo que tú no lo haría, forastero”. Así que optó por quedar inmóvil y ni siquiera pudo poner la escopeta en ristre, contemplando impotente cómo los muy cabrones se turnaban en tareas de vigilarle a él y entrar a cepillarse a las gallinas. Así hasta que no quedó ni una y le dejaron allí con los pantalones manchados en su parte trasera, por decirlo finamente.

Cuando ahora les ves acercarse al trote, saliendo desde distintos puntos en abanico, como queriendo rodearnos si pudieran, y aunque de lejos no parecen más que una panda de pastores alemanes bien criados, te das cuenta del instinto que los mueve al mirarles directamente a los ojos; porque tú estás mirando a un animal con, en el mejor de los casos, respeto y admiración, pero él, de no ser por la valla electrificada, estaría mirando directamente a su merienda, ñam, ñam.

Ray Charles: You don´t know me

Continuando con nuestra programación y tras la nota necrológica, les ofrecemos unos minutos musicales: el gran Ray Charles cantando a los amores furtivos....

Me das la mano y me saludas

Y yo apenas puedo hablar, mi corazón se acelera

Y cualquiera diría que crees que me conoces bien

No, no me conoces

No, no conoces a ése que sueña contigo de noche

Y se muere por besar tus labios, y se muere por abrazarte

Para ti soy sólo un amigo, eso es todo lo que siempre he sido

No, no me conoces

Porque nunca conocí el arte de amar

Aunque me duela el corazón de amor por ti

Asustado y tímido dejo pasar mi oportunidad

La oportunidad de que tú también llegaras a amarme

Me das la mano y me dices adiós

Te veo marcharte del brazo de un tío con suerte

Para nunca jamás llegar a conocer al que de verdad te ama

No, no me conoces.