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TODO A PULMÓN

Relatos

El infierno

Acabo de recibir esto por correo, leedlo despacio que tiene su miga:

La siguiente pregunta fue hecha en un examen trimestral de química en la Universidad Complutense de Madrid. La respuesta de uno de los estudiantes fue tan ’profunda’ que el profesor quiso compartirla con sus colegas, vía Internet; razón por la cual podemos todos disfrutar de ella.

Pregunta: ¿Es el Infierno exotérmico (desprende calor) o endotérmico (lo absorbe)?
La mayoría de estudiantes escribieron sus comentarios sobre la Ley de Boyle "el gas se enfría cuando se expande y se calienta cuando se comprime".

Un estudiante, sin embargo, escribió lo siguiente:
"En primer lugar, necesitamos saber en qué medida la masa total del Infierno varía con el tiempo. Para ello hemos de saber a qué ritmo entran las almas en el Infierno y a qué ritmo salen. Tengo sin embargo entendido que, una vez dentro del Infierno, las almas ya no salen de él. Por lo tanto, no se producen salidas.
En cuanto a cuántas almas entran, veamos lo que dicen las diferentes religiones: la mayoría de ellas declaran que si no perteneces a ellas, irás al Infierno. Dado que hay más de una religión que así se expresa y dado que la gente no pertenece a más de una, podemos concluir que todas las almas van al Infierno.
Con las tasas de nacimientos y muertes existentes, podemos deducir que el número de almas en el Infierno crece de forma exponencial.
Veamos ahora cómo varía el volumen del Infierno: según la Ley de Boyle, para que la temperatura y la presión del Infierno se mantengan estables, el volumen debe expandirse en proporción a la entrada de almas. Hay dos posibilidades:
1. Si el Infierno se expande a una velocidad menor que la de entrada de almas, la temperatura y la presión en el Infierno se incrementarán hasta que éste se desintegre.
2. Si el Infierno se expande a una velocidad mayor que la de la entrada de almas, la temperatura y la presión disminuirán hasta que el Infierno se congele.
¿Qué posibilidad es la verdadera? Si aceptamos lo que me dijo Ana en mi primer año de carrera ("hará frío en el Infierno antes de que me acueste contigo"), y teniendo en cuenta que me acosté con ella ayer noche, la posibilidad número 2 es la verdadera y por tanto daremos como cierto que el Infierno es exotérmico y que ya está congelado.
El corolario de esta teoría es que, dado que el Infierno ya está congelado, ya no acepta más almas y está, por tanto, extinguido; dejando al Cielo como única prueba de la existencia de un ser divino, lo que explica por qué, anoche, Ana no paraba de gritar : «¡¡¡Oh, Dios mío!!!»"

Este estudiante fue el único que sacó sobresaliente

El bofetón

Condenada a prisión por dar un bofetón a su hijo después de una pelea por los deberes

Hombre, pues no sé yo, ¿eh? Que te caigan cuarenta y cinco días de trena y un año de alejamiento de tu hijo de diez me parece una exageración, por mucho que haya sido una jueza de mi barrio la que ha dictado la sentencia que ha salido en todos los telediarios.

Antes te daba tu honorable progenitor/-a una galleta (o dos, bien dadas) y lo último que se te pasaba por la cabeza era ir a denunciarlo/-a, en gran parte porque, en el fondo, tú eras consciente de que te las tenías bien merecidas. Al menos en situaciones que podríamos llamar "normales", que de todo hay en la viña del Señor. En mi caso y por suerte no fueron muchas, naturalmente porque no di muchos motivos para ello, pero en más de una ocasión pude comprobar la inusitada rapidez con la que mi madre desenfundaba la zapatilla y la estampaba contra la parte de mi anatomía que le pillara más a mano. Y no corras, que es peor.

Así que cuando leo esta sentencia, en cuyos antecedentes de hecho se hace constar para más INRI que el chaval agredió primero, pues uno piensa que vale, ni calvo ni con tres pelucas, ni chupito ni litro y medio. Seguro que la madre no pretendía golpearle la nariz contra el lavabo al zagal y eso fue un resultado inesperado a una simple galleta (preterintencionalidad que decimos los abogaos, mire usted qué palabros nos gastamos). Y lo de la orden de alejamiento ya me parece demencial.

Yo no he tenido motivos hasta ahora ni para el más mínimo azote a mis hijas, y que sigan así muchos años. Porque está muy bien todo eso de que a los niños hay que educarlos sin violencia y demás, pero también hay que ver que algunos zagales tienen muy mala leche (que se lo digan a la familia, o lo que quede de ella, del angelico de la catana) y que están todos sobreprotegidos. Y lo peor es que ellos lo saben.

A la aceituna

Para que se hagan una idea de cómo está el ambiente por estos lares, reproduzco el artículo escrito por Jesús Tíscar Jandra publicado ayer en el periódico local. Algún día a mí me gustaría escribir así:

Venga, venga, a la aceituna, vamos todos a la aceituna, recojamos juntos el bendito fruto del vientre de las olivas, los negros con sus manos negras y los blancos con sus blancas manos, ayudemos al infiel para que no se canse, a ese chirri (1) alógeno y equivocado, démosle pan y tocino al peregrino, es la fiesta, comienza la fiesta, ya está aquí la fiesta, festividad de la pringaza que viene, riqueza de sangre verde, prosperidad italiana, jugo de moco friolento, terrón de escarcha agria. Vamos todos. A la olivita, a la olivita, al vareo de las ayudas europeas, al templo de las cooperativas, almazara de mi alma, de tu alma, de nuestra alma, jornal y conejos que miran, totovías (2), patrones, que la aceituna no se cae sola ni se recoge ni se mete en el capacho ni en el tractor sola, que la aceituna es tonta, que está acipotá de tanto esperarnos, y hay que espabilarla y enseñarle los dientes como se los enseñó un día Fishler, angelico, era simpático y tolondro. Cada jaenera tiene un ovario normal y otro aceituna, cada jaenero lleva colgando un testículo cojón y otro aceituna, los de fuera no, los de fuera sólo tienen frío en los ovarios y en los testículos, a ver cuándo un melenchón (3) para ellos, poetas y cantores de la tierra, a ver cuándo un virgen extra que de verdad lo sea.
(1) Traje regional masculino típico de Jaén
(2) Ave insectívora, muy común en el olivar (también llamadas cotovías)
(3) Canción popular que se entonaba y bailaba en Jaén alrededor de una hoguera la noche de San Antón (16 de enero)

Infancia

Acabo de recibir esto en el correo y me ha hecho sonreir:

¿Te acuerdas de...

- Aquel tiempo, cuando las decisiones importantes se tomaban mediante un práctico... ’Pito-pito gorgorito... ¿dónde vas tu tan bonito?’... A la era verdadera... pim pom fuera!’

- Se podí­an detener las cosas cuando se complicaban con un simple...’ No ha valido’ o ’Eso no vale’ o ’Trampa, noo, trampa’

- Los errores se arreglaban diciendo simplemente...’Empezamos otra vez’

- El peor castigo y condena era que te hicieran escribir 100 veces... ’No debo...’

- Tener mucho dinero, solo significaba poder comprarte un helado o una bolsa de chucherí­as a la salida del cole...

- Hacer una montaña de arena , podí­a mantenernos felizmente ocupados durante toda una tarde...

- Para salvar a todos los amigos en las cogidas bastaba con un grito: ’¡Por mí! ¡Por todos mis compañeros y por mí primero!’

- Siempre descubrí­as tus más ocultas habilidades, a causa de un ’ ¿A que no haces esto?’

- No habí­a nada más prohibido que jugar con fuego...

- ¡TONTO EL ÚLTIMO! Era lo único que nos hací­a correr como locos hasta que sentí­amos que el corazón se nos salí­a del pecho...

- El ladrón y policía era solo un juego para el recreo, y por supuesto era mucho más divertido ser ladrón que policí­a...

- Los globos de agua eran la más moderna, poderosa y eficiente arma que jamás se había inventado...

- La mayor desilusión era solo haber sido elegidos últimos para el equipo del cole...

- Los hermanos mayores, eran el peor de los tormentos, pero también los más fieles y feroces PRotectores.

- Nunca faltaban los caramelos que tiraban los Reyes Magos, ni el dinero que nos dejaba el Ratoncito Pérez bajo la almohada...

- ’ GUERRA’ solo significaba arrojarse tizas y bolas de papel durante las horas libres en clase...

- Los helados y la leche con galletas constituí­an el grupo de los alimentos básicos y esenciales.

- Quitar las ruedas pequeñas a la bici significaba un gran paso en tu vida.

- El mayor negocio del siglo era conseguir cambiar los diez cromos repetidos por el que hacía tanto tiempo que buscabas...

- Hacer cabañas con ramas cuando íbamos de excursión al campo nos entretení­a durante horas... Hasta que vení­an a avisarnos de que tení­amos que marchar y llorábamos desconsolados...

- Todos te admiraban si lograbas cruzar la comba mientras saltabas...

- Era un gran tesoro si encontrabas trozos de escayola en los cubos de basura y poder dibujar en el suelo y jugar...

- Sentarnos frente al televisor a las 5 en punto con los ojos desencajados para ver Barrio Sésamo

- Creerte superman o supergirl... y ponerte el ’babi’ del cole a modo de capa mientras subidos en cualquier escalón deseabas con todas tus fuerzas poder volar como ellos...

- Todas estas simples cosas nos hací­an felices, no necesitábamos nada más que un balón, una comba y dos amigos con los que hacer el ganso durante todo el dí­a...
SI PODÉIS RECORDAR LA MAYORÍA DE ESTAS COSAS Y HE CONSEGUIDO QUE SONRIÁIS.

ENTONCES SIGNIFICA QUE HABÉIS TENIDO UNA INFANCIA FELIZ...Y QUE TODAVÍA OS QUEDA DENTRO ALGO DEL NIÑO QUE ÉRAMOS NO HACE TANTO TIEMPO

¡Campeones!

No soy muy futbolero, lo reconozco. Normalmente soy incapaz de sentarme en el sillón a tragarme un partido entero; a lo sumo lo voy ojeando de rato en rato mientras estoy haciendo otras cosas. Pero me encanta eso que han dado en llamar "las grandes citas": un Madrid - Barsa, un partido de España, una final de la Champions, ... Por supuesto, porque son la excusa perfecta para juntarse con los amigos en familia y pasar una tarde divertida.

Así que la de ayer, como ya podrán suponer, fue inolvidable. Como ya hicimos el domingo pasado contra Italia decidimos los habituales reunirnos en el campo a ver el partido. Y lo que más me ha llamado la atención es la implicación de nuestras hijas en todo lo concerniente al campeonato, que han vivido con auténtico fervor aunque, curiosamente, no prestaban más atención a los partidos que la de entrar a ver la repetición cada vez que los mayores gritábamos "¡gol!". Así que pensé que la de ayer tenía que ser una tarde especial para los niños, sobre todo si ganaba España.

Pitido final, todos gritando y los niños saltando enloquecidos. Tras el "¡campeones, campeones, oe oe oe!" de rigor me da por iniciar un canto desconocido para ellos "¡Al pilón, al pilón, España campeón!" y a la cabeza de la comitiva infantil, como en una conga, voy aproximándome lentamente hacia la piscina. Todos han sido ya duchados tras el baño de la tarde y están vestidos con su ropa de calle, así que, según nos vamos acercando a la piscina, veo sus caras de desconcierto, entre el miedo a las represalias de sus madres, que las observan a pocos metros, y la fascinación por el inaudito baño que, sin lugar a dudas, están deseando. Decido jugar un poco más con ellos, y cuando ya estoy al pie de la escalera de la piscina doy media vuelta seguido, cual flautista de Hamelin, por la fila de niños, sin parar de entonar el cántico. Así hasta tres veces, viendo en sus caras la emoción por lo incierto de lo que iba a ocurrir.

Oigo a una de las madres decirme amenazante "no serás capaz", pero es mi doña, que me conoce de largo, la que le contesta "ya lo creo que va a ser capaz". Así que, en la definitiva, vestido y con zapatos, me subo a la escalera y sin pensarlo dos veces me tiro al agua. No estaba muy seguro de que lo fueran a hacer, pero ni uno se lo pensó a la hora de seguirme. Todo lo más en el último momento lanzaban una significativa mirada a sus irritadas madres como diciendo "estamos avalados por un adulto".

Sé que sus madres no me lo van a perdonar en la vida, pero la expresión de sus caras en el agua, vestidos, estaba entre el no creerse lo que estaba pasando y el inmenso placer que produce traspasar la barrera de lo prohibido. Oí como Irene le decía a mi Claudia "¡tía, tu padre es más gamberro que nosotras, cómo mola!"

Les aseguro que ese momento lo disfruté muchísimo más que el gol de Torres.

 

Últimas tardes con Yolanda

Había quedado en recogerla en el bar donde trabajaba como camarera. Era una calurosa tarde de julio y estábamos citados a las seis en el despacho del abogado de su ex-marido para discutir las condiciones del convenio regulador de su divorcio.

 

Me acerqué a la barra y no la vi. Pregunté por ella al dueño, al que conocía de mis frecuentes visitas a esa cafetería, y entró a buscarla. Al cabo de unos segundos ella salió con su ropa de trabajo, pantalón negro y camisa rosa, y el pelo recogido en una cola que caía en cascada sobre su espalda. “Estoy en un minuto”, me dijo con una sonrisa antes de entrar a lo que supuse era el vestuario de los empleados. Los clientes del bar me miraron entre extrañados y envidiosos. Con aquellos inmensos ojos azules enmarcados en una pelirroja melena rizada y salvaje y un cuerpo propio de una modelo Yolanda era, desde luego, el mejor reclamo de aquel negocio para la clientela masculina.

 

Los minutos que tardó en volver a aparecer se me hicieron eternos, y lamenté no haber aceptado la invitación de su jefe a tomar un café durante la espera. Finalmente la puerta del vestuario se abrió y apareció ella más esplendorosa de lo que la había visto jamás. Vestía minifalda y zapatos de medio tacón y una camisa escotada que sin embargo no consiguió distraer mi atención del magnetismo que irradiaban sus ojos brillando de forma extraña bajo los focos de aquel bar. Su pelirroja melena, ahora suelta, eras las llamas ardientes en perfecto equilibrio con aquel angelical rostro levemente maquillado. Por supuesto su aparición no pasó inadvertida al resto de clientes, casi todos hombres, y durante el puñado de segundos que tardó en llegar hasta donde yo me encontraba su taconeo marcó el ritmo cardíaco de todos los que allí nos encontrábamos. “Perdona por hacerte esperar, ¿nos vamos?” dijo sin perder la sonrisa, y mientras me encaminaba a su lado hacia la salida sentí todas las miradas clavadas en mi espalda ... o quizás sería más acertado decir en la suya.

 

Durante el corto trayecto que distaba hasta el despacho donde nos esperaban traté de parecer lo más profesional posible, poniéndola al día de las negociaciones con el compañero contrario y advirtiéndole de cuál debería ser nuestra actitud durante la entrevista. Ella asentía a todo con gesto de preocupación. Me sentí culpable por privar al mundo del espectáculo de aquella sonrisa.

 

La reunión duró poco más de una hora y ella apenas intervino, dejándome hacer a mí en todo momento sin perder el gesto serio. Cuando al fin llegamos a un acuerdo el otro abogado sugirió pasar a su despacho a redactarlo, pero ella declinó la oferta pidiendo esperar en la sala de reuniones. “Qué suerte tienes, cabrón, a mí nunca me tocan clientas así” fue lo primero que dijo mi compañero en cuanto quedamos a solas en su despacho. Evidentemente él también había quedado impresionado por los encantos de Yolanda, algo que yo ya había constatado durante la reunión previa al aceptar él condiciones que jamás pensé que llegara a aceptar, hipnotizado probablemente por el hechizo de aquellos ojos ... o de aquel escote, vaya usted a saber. Por eso le había pedido a ella que me acompañara.

 

Acabados los trámites y firmado el acuerdo abandonamos el despacho de mi compañero, muy a su pesar, y salimos a la calle donde una suave e inédita brisa hacía olvidar los rigores del estío andaluz. “¿Vas para el despacho?” me preguntó y asentí. “Te acompaño, necesito dar un paseo para despejarme un poco”, dijo entonces. Por un lado yo estaba deseando dar por acabado el encuentro por la incomodidad que me producían las miradas más que evidentes que le dirigían todos los hombres con los que nos cruzábamos y que a ella en cambio parecían pasarle inadvertidas. Poco a poco, a medida que avanzábamos, la rigidez fue abandonándome y del tema de su divorcio la conversación pasó a cuestiones menos trascendentales. No recuerdo qué comentario hice que ella soltó una leve carcajada y en ese momento, pese a que ya atardecía, por el brillo de su sonrisa pareció que el sol volviera a salir para iluminar la avenida por la que deambulábamos. Ahora ella me escuchaba atenta, sin perder la sonrisa, rozando mi brazo con el suyo ocasionalmente. De manera inconsciente habíamos aminorado el ritmo de nuestros pasos, como si fuéramos contando cada una de las baldosas del acerado. Como si no quisiéramos que aquel paseo acabase jamás.

 

Pero inevitablemente llegamos a nuestro destino, y aún pasamos un buen rato charlando parados ante la puerta del bloque de mi oficina. Anochecía y decidí que aquella charla debía tener su inevitable final. Con un formal “te llamaré cuando tenga noticias” quise dar por finalizado el encuentro. Entonces ella me miró directamente a los ojos y con expresión divertida preguntó “oye, ¿es correcto que un abogado cene con su cliente para hablar de temas no relacionados con su bufete?”. Tardé en reaccionar, porque en ese momento todo lo veía de color azul intenso, el azul que desprendían aquellos ojos. Reconozco que en aquel momento lo que más me apetecía en el mundo era aceptar aquella invitación.

 

(...)

 

Un año después entré en una cafetería y sin esperármelo la encontré detrás de la barra. Las cartas que le había estado enviando en reclamación de mis honorarios tanto a su domicilio como a su antiguo trabajo me habían sido devueltas. Tal y como yo ya esperaba su móvil nunca estaba operativo. Ella estaba de espaldas y al girarse nuestros ojos se volvieron a encontrar. Noté una momentánea zozobra en su rostro que no duró más de unas décimas de segundo, para volver al instante a mostrar aquella sonrisa que tenía el poder de iluminar la cueva más oscura. El saludo fue formal, -¿cómo estás?, no sabía que trabajabas aquí y cosas por el estilo-. Finalmente me armé de valor y de la forma más cordial que pude le espeté “me debes una minuta”. Ella, sin perder la sonrisa, como si lo estuviera esperando desde que me vio en la barra de aquel bar, contestó inmediatamente “y tú a mí una cena, así que ya sabes, si quieres cobrar ...”

El divorcio perjudica el medio ambiente

No es coña. Leo perplejo en el último número de la revista “Abogados de Familia” la siguiente noticia:

“Según un estudio publicado la universidad de Míchigan, en Estados Unidos, los divorcios perjudican seriamente el Medio Ambiente ya que los dos miembros de la antigua pareja crean dos nuevos hogares, y eso implica un mayor consumo de energía. El divorcio obliga a que uno de los ex cónyuges salga del hogar común y cree un nuevo hogar y eso supone un mayor derroche.

En 2005, los hogares de divorciados derrocharon un 56% más de electricidad y agua por persona que los hogares de casados, y malgastaron un 61% más de recursos energéticos por persona que antes de su separación. Si los hogares de divorciados funcionaran con una eficiencia similar a la de los hogares de casados, en EEUU se habrían podido ahorrar "más de 73.000 millones de kilovatios/hora de electricidad y 2,3 billones de litros de agua".

Además, debido a un mayor consumo por persona, un divorciado también puede generar más residuos (sólidos, líquidos y gaseosos, como los gases de efecto invernadero) que contribuyen a las transformaciones del medio ambiente mundial, como el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad.”

Y eso que no ha tenido en cuenta el gasto de papel del juzgado y del despacho de abogados, para el que habrá que talar más árboles, ni la energía eléctrica consumida en estos lugares para la tramitación del asunto. Además seguro que el juez va todas las mañanas al trabajo en coche y la funcionaria en moto emitiendo gases nocivos, y el abogado, que como todos es un desalmado, no separa la basura orgánica de la inorgánica porque su mente está ocupada con el divorcio de marras.

A este paso para salvar el planeta no nos valdrá ni quedarnos quietecitos en casa, porque eso también supone un gasto energético.

El balneario

Esto se me ha ocurrido esta mañana arando en las olivas. Cántese a ritmo de chiki-chiki, naturalmente

¡Chatea, chatea!

 

El balneario mola mogollón

Se baila en Novelda y también en Torrejón

Dale balneario a la Ppilla

Que el balneario le va de maravilla

 

Lo baila mi primo

Lo baila Aladelta

Lo baila la marienn

Agarrá o suelta

 

Se baila en las olivas

Se baila en la oficina

Se baila hasta en la casa

De mi vecina

 

Y el balneario se baila así:

 

¡Uno, la mariscada!

¡Dos, el camellito!

¡Tres, ¿ya “sa” ido el primo?!

¡Cuatro, que tengo un bloooog!

 

Baila balneario

Baila balneario

Lo bailan nuestras doñas

Y hasta el aranio

 

Se baila revolutum

Se baila en el salón

Lo baila hasta el que escribe

Todo a pulmón

 

Se baila por las tardes

En el “interné”

Te sientas y te ríes

frente al pc

 

Así que no te duermas

Ven al melonar

Entra al balneario

¡Y “tós” a chatear!

 

Y el balneario se baila así:

 

¡Uno, la mariscada!

¡Dos, el camellito!

¡Tres, ¿ya “sa” ido el primo?!

¡Cuatro, que tengo un bloooog!

El viaje a ninguna parte

Dieciséis años, Primero de BUP. Mareos y vómitos al levantarte cada mañana. Y la regla sin bajarte este mes. Tus padres te van a matar.

 

Se lo cuentas a él nada más bajarse de la bicicleta en la que viene a verte, también con sus dieciséis años, cada mañana a la hora del recreo. “Tranquila, nos fugamos”, dice él temblándole hasta el alma. “¿A dónde?”, le preguntas. “No sé, ya veremos”. “Sin dinero y yo embarazada ¿a dónde vamos a ir?”, te preguntas, pero no se lo dices. Tienes tanto miedo que asientes sin rechistar. Dios dirá.

 

Compráis una maleta en el mercadillo al día siguiente. “Mete tus cosas en la maleta y mañana a las nueve nos vemos”. Pero al día siguiente, a las nueve, él no está. Y tú allí con tu maleta hecha cuando se supone que estarás entrando al instituto. Media hora más tarde se presenta y no viene solo. Su tía le ha pillado con la maleta saliendo de casa y se ha descubierto el pastel. Se acabó el viaje a ninguna parte. Prueba de embarazo. Afirmativo. La que se va a liar.

 

Nueve de la noche. Tus padres ni sospechan la que se avecina. Llaman a la puerta. Viene él con sus padres. Efectivamente, se lía. Voces, sonrojos, lágrimas. Abandonas el salón y te vas a tu dormitorio a llorar. Ellos siguen allí, discutiendo. “Hay que casarlos y pronto, antes de que la cosa vaya a más”. “La cosa”, está claro, es tu hijo.

 

Siete años de matrimonio a trancas y barrancas después. Él es celoso y no consiente que trabajes con otros hombres. Además, por su carácter, no dura más de un año en cada trabajo. De repente una mañana, mientras duermes, suena el teléfono. “Aquí la Comisaría, su marido está detenido. Ha sido acusado por varias mujeres de agresión sexual”. En el juicio no declaras que también a ti te ha forzado varias veces por no echar más leña al fuego. Y eso que tu suegra ha declarado en el periódico local que la culpa es tuya por no tenerle “bien atendido”. Le caen no sé cuántos años. A ti también te caen todas las miradas de las vecinas del barrio encima. De por vida.

 

Qué equivocada estabas. Aquella mañana, con tu maleta en una mano y el Predictor en la otra, el viaje a ninguna parte no había hecho nada más que empezar.

(Tan real como el expediente que tengo ahora mismo sobre la mesa)

Caín y Abel

 Disculpen el notable abandono en que tengo sumida a esta página (¡más de un mes!) pero, como siempre, mis múltiples obligaciones me impiden visitarla más a menudo. Como preludio a una puesta al día que prometo (no sé si puedo) desde ya, les dejo este viejo relato de mi admirado Pérez Reverte.

Pues eso. Que Abel trabajaba como un auténtico hijo de puta, dale que te pego, todo el día con el rebaño para arriba y para abajo, esquilando, y ordeñando, y levantándose con el canto del gallo para irse a currar a los campos de su padre. Tenía callos en las manos y agujetas en los ijares, y el sudor le goteaba por la nariz, clup, clup; con aquel solanero que le caía en la espalda como una manta de plomo. Luego, cuando volvía a casa a las tantas, estaba tan hecho polvo que no le quedaban ganas ni de ver Cine de Barrio, ni de cumplir con la parienta ni de nada, y la verdad es que al pobre le importaba un pimiento que el humo de los sacrificios subiera recto al cielo, se desparramara por la tierra, o se pareciera a las señales en morse de los apaches. Pasaba mucho.

Era un currante nato, vaya. Un estajanovista. Caín era todo lo contrario. Tenía una jeta que se la pisaba, había salido más vago que el peluquero de Ronaldo, y no es que el humo de los sacrificios a Yahvé le saliera por la tangente; es que ni humo, ni sacrificios, ni nada de nada. Se pasaba el día tumbado a la bartola y tocándose los huevos. Su parcela ni la pisaba, y estaba toda sin sembrar y hecha un asco de zarzas y matojos, porque además Caín se había hecho enlace sindical —que en España es título vitalicio— y con tanta asamblea y tanto agobio y tanto luchar por los compañeros y compañeras, hacia años que se había olvidado de para qué sirven un legón y un arado.

Total. Que Adán, el padre, estaba encantado con Abel y hasta las narices de Caín, y tenía unas broncas espantosas con Eva, su legítima. Al mayor lo has malcriado con tanto mimo y tanta puñeta, decía. Estoy a punto de jubilarme y ya ves el panorama agropecuario, maldita sea mi estampa: lo de las ovejas va medio bien, pero la cosa hortofrutícola es un desastre, que si no fuera por los moros de las pateras ya me contarás quién cojones iba a ocuparse de los tomates y las lechugas, leñe, que tu Caincito no da palo al agua, y yo estoy a punto de jubilarme, y como en los años del Edén no coticé a la seguridad social, resulta que vamos a quedarnos con lo justo. Eso largaba el paterfamilias, muy mosqueado. Así que para ajustarle las cuentas al viva la virgen del hijo mayor, resolvió ir a un notario y hacer testamento dejándole a Abel, además de las ovejas y los chotos, las mejores tierras, las de adentro; con hierbas para pastar y campos para arar. Y a Caín, para darle por saco, le dejó las secas y áridas que estaban junto al mar, arenales llenos de sal, donde no había llovido nunca, ni llovería aunque cayera un Diluvio. Y luego de testar, Adán fue y se murió, descojonándose de risa. A ése le he jugado la del chino, decía. Ja, ja. La del chino.

Ha pasado el tiempo, y Abel sigue allí, sudando la gota gorda. Se pasa el día encima del tractor. La sequía le ha arruinado seis cosechas, las lluvias torrenciales cuatro, los girasoles que había plantado este año para trincar subvenciones comunitarias se los ha dejado hechos una mierda la plaga de la cochinilla de la pipa, y además, para redondear la temporada, la enfermedad de las ovejas clónicas locas le ha vuelto majara a la mitad del rebaño. Para más inri, su mujer lo obliga a veranear un mes entero en La Manga, y encima le ha salido un hijo neonazi y una hija finalista del concurso Miss top Model 2001 de Almendralejo del Canto.

Pero lo que peor lleva es lo de su hermano. Porque, con aquellas tierras secas y salinas que heredó casi en la orilla del mar, Caín fue a conchabarse con un constructor del Pesoe y con un alcalde del Pepé tan analfabetos como él, pero listos y trincones que te cagas, y las hizo parcelas, y consiguió permisos de construcción masiva y se inventó playas donde no las había, y en poco tiempo lo llenó todo de adosados y de bloques de pisos hasta el horizonte. Y aunque no hay agua, ni cañerías, ni cloacas, ni infraestructura adecuada; y todo cristo bebe agua del mismo tubo y chupa luz del mismo enchufe, aquello, hasta que reviente, parece Manhattan, con manadas de guiris y veraneantes y abueletes jubilados, ingleses con una cerveza en la mano y treinta en el estómago, alemanes que —como honrados alemanes—, denuncian. al vecino porque el perro ladra, y subnormales nacionales que conducen con las ventanillas abiertas para que se oiga bien la música de bakalao en diez kilómetros a la redonda. Y de vez en cuando, para restregárselo por el morro, Caín invita a su hermano a comerse una paella en el club náutico del que es presidente fundador, y le enseña el último Mercedes comprado con dinero B que acaba de traerle uno de sus socios de Zurich, y a bordo del yate le pone los videos grabados en la casa que tiene en Miami, justo al lado de la de Julio Iglesias, hey. Y Abel mira a su alrededor; desesperado, preguntándose dónde carajo puede conseguirse a estas alturas una quijada de asno.

Trilogía del Ciberamor

Hace mucho tiempo que no les traigo noticias de mi enemigo el poeta, así que hoy compensaré tan larga ausencia con una obra en tres actos que él titula "Trilogía del Ciberamor", basada en un romance virtual que nuestro particular constructor de ripios vivió tiempo ha.

En el primer acto el poeta se encuentra pleno de inspiración y desborda los versos más apasionados y atormentados por la magia de una relación que se está iniciando. Dicen así:

Yo quiero ser, mi amor, el carterista
que roba tus latidos y tu sueño.
Rozar tu piel desnuda, ser su dueño,
diamante solitario sin aristas.
.
Yo quiero ser tu sol cada mañana,
marcar el ritmo de cada latido,
andar entre las teclas de tu olvido,
trepar hasta colarme en tu ventana.
.
Lo malo de este amor es la derrota
de no mover los labios para hablarlo,
de no sentirte tras cada batalla.
.
Lo ingrato es que no queda ni una gota,
y al cabo de tu adiós, pese a intentarlo,
sólo puedo besar una pantalla.

Pasado el tiempo la dama decide dar un paso más y cruzar esa invisible pero sólida barrera que separa lo virtual de lo real. El poeta, en este segundo acto, pone de manifiesto sus dudas y temores, en evidente contradicción con los anhelos proclamados en el soneto anterior. ¿Pánico escénico, quizás?:

Me propones un encuentro canalla
mañana al otro lado del abismo:
"ya deja de besarme en la pantalla
y dame algunas dosis de tí mismo."
.
La copa que llena mi poesía
empieza, según dices, a romperse.
O te mueves por mi geografía
o te buscas a otro que te verse.
.
Si acepto y me rindo a tus pretensiones
¿no será probable que sufriésemos
si al alba no encontrásemos razones
.
a nuestra desnudez?. ¿Si fingiésemos
el ritmo atroz y las revoluciones
subidas de pasión?. ¿Si muriésemos?.

Sé lo que todos se están preguntando y lamento no poder dar una respuesta; ignoro si el temido encuentro tuvo finalmente lugar aunque sospecho, a la vista de un verso del soneto que transcribo a continuación, que no fue así. Tal vez por eso o por cualquier otra razón que igualmente desconozco la relación, como casi siempre, fue deteriorándose hasta el punto de la ruptura final, que constituye el acto tercero. Aquí el poeta hace un postrero brindis al sol que no sé si interpretar como un gesto de victoria o derrota. Juzguen ustedes mismos:

Por los viejos tiempos alzo mi copa,
por el beso amargo que no te di,
por la tarde en que, sin tocar tu ropa
ni rozar tu vientre, te poseí.

Por mis torpes versos, por las canciones
que no llegaste a oirme cantar,
por aquel "te quiero" con condiciones,
por tus fotos sepias a pie de mar.

Por tu chulería y mi poca raza,
por el Ircap, el Messenger y el Kazaa,
porque iba a ser y luego no fue.

Por aquel final sin tercera parte,
por la desazón después de dejarte,
por el "no te vayas" que no escuché.

Pues eso es todo, espero que les haya gustado esta tragicomedia en tres actos gentileza de mi enemigo íntimo. Vaya para él mi agradecimiento y reconocimiento y la demanda de nuevos versos que nos hagan disfrutar y, de paso, me ayuden a ir llenando este humilde rincón poético.

Feliz finde a tod@s.

 

La dichosa letra

¡Vaya por Dios!, ahora resulta que, tras meses de intrigas acerca de la letra de nuestro himno nacional y una vez decididos los versos que nos identificarían a todos como a uno solo, van y lo retiran. De nada ha servido esa especie de concurso patrio para poner en palabras el chunda, chunda que todos tarareábamos, con más coña que otra cosa, al principio de los partidos de la selección. Me imagino la cara de contrariedad que se le habrá quedado a Plácido Domingo (o Jodido Lunes, como dice el chiste). Y anda que al parado que ganó el concurso.

Ahora es fácil decirlo, pero les aseguro que desde el primer momento en que apareció esta iniciativa ya veía un servidor complicado el consenso en torno a este escabroso tema. Y no sólo por la particular idiosincrasia de este nuestro país tan diverso, multicultural y plurilingüístico, que ya era argumento de suficiente envergadura para temer por el feliz desenlace, o porque la SGAE (o sea, Teddy Bautista) anduviera detrás del invento, sino porque todos cuantos intentos se habían hecho hasta ahora fracasaron estrepitosamente. Ni Franco lo consiguió, no les digo más.

En esta ocasión se dijo que eran nuestros deportistas, esos abnegados luchadores que pasean con orgullo indisimulado nuestros colores por el orbe, quienes habían requerido la letra del chunda, chunda para así poder cantarla antes de los acontecimientos deportivos y ver acrecentado (aún más, si cabe) su feroz ardor guerrero y sus ansias ilimitadas de victoria. Tan encomiable acto de patriotismo no debe verse empañado por el insignificante detalle de que la mayoría de ellos tienen fijado su domicilio fiscal en lugares tan exóticos como Andorra, Suiza o Liechtenstein, eludiendo así que el dinero ganado con sus épicas gestas (e incluso derrotas) revierta en beneficio de quienes les animamos hasta la afonía.

Así que llegó el día del parto y, aunque en principio se intentó ocultar a la criatura hasta el acto oficial de inauguración, tuvo que salir el aguafiestas de turno (que ya es gana de fastidiar) y filtrar el contenido de esos versos tan esperados. Y claro, se armó la polémica: que si es una cursilada, que si mira que empezar con “Viva España” e incluir “ama a la Patria” (una temeridad, efectivamente), ... Yo añado otra: líbreme Dios de acusar a nadie, pero en general la primera vez que oí los versos me recordaron “sospechosamente” a un tema titulado “America The Beautiful” que en su día cantaron con patriótica devoción Elvis y Barbra Streisand, entre otros.

En fin, todo seguirá igual que estaba: nos quedamos sin letra del himno, seguiremos tarareando el chunda, chunda en medio del descojone general y no pasaremos de cuartos. Aunque esto último dudo yo que lo hubieran solucionado un puñado de versos.

He aquí la letra ganadora y finalmente desechada:

"¡Viva España! / Cantemos todos juntos / con distinta voz / y un solo corazón

¡Viva España! / Desde los verdes valles / al inmenso mar, / un himno de hermandad

Ama a la Patria / pues sabe abrazar, / bajo su cielo azul, /pueblos en libertad

Gloria a los hijos / que a la Historia dan / justicia y grandeza / democracia y paz"

Su versión en euskera (premio para el que sea capaz de cantarla de corrido):

Gora Espainia! / Denok batera abes dezagun / ahots ezberdinez / bihotz bakarrez

Gora Espainia! / Haran berdeetatik / itsaso zabaleraino / anaitasun ereserkia

Maita ezazu aberria / besarkada ematen dielako / zeru urdinaren pean / herri askeei

Justizia eta handitasuna / demokrazia eta bakea / Historiari ekartzen dioten / seme-alabei loria

Las propuestas de Sabina:

Borrador 1

Ciudadanos, / en guerra por la paz / y la diosa razón / mano en el corazón. / Ciudadanos, / ni súbditos ni amos / ni resignación / ni carne de cañón. / Pan amasado / con fe y dignidad / no hay nada más sagrado / que la libertad.

Borrador 2

Ciudadanos, / ni héroes ni villanos, / hijos del ayer, / hay tanto por hacer. / Ciudadanos, / tan fieramente humanos, / tan paisanos del / hermano de Babel. / Alta montaña / con puerto de mar / clave de sol España / atrévete a soñar.

La que le habría gustado a ZP:

Nación de naciones,
diversa, tolerante y multicultural.
¡Hoy vamos a ganar!

Desde el respeto
ante nuestro rival nunca metáis el pie
y siempre dialogad

¡Gloria a Polanco
y qué idea genial
el rojo de la camiseta nacional!

 

La versión de Gomaespuma (mi favorita):

¡Viva España!
Y todos los productos del suelo español
que nos hacen gozar
pan con aceite, morcilla y jamón
viva la dieta del mediterráneo


gazpacho, lentejas
buen vino de la tierra
atún y boquerón
marisco y chuletón


dulces de almendra y miel, fruta fresca
brandy, orujo cava y siesta en el colchón
dulces de almendra y miel, fruta fresca
brandy, orujo cava y siesta en el colchón

El descuartizador

El descuartizador
Una de las cosas buenas que tiene el campo es que aún se estilan los pagos en especie, ese trueque de cosas por cosas a espaldas del vil metal que tiene el encanto de las tradiciones antiguas. De acuerdo, en los tiempos que corren puede no ser muy práctico, pero qué quieren que les diga, de vez en cuando y en su justa medida yo lo agradezco más que el frío billetaje.

Hace unas semanas mi señora había resuelto un engorroso reparto de herencia al pastor que “saca las ovejas de paseo” (expresión de mi Beatriz) por los barbechos y cañadas que circundan la cortijada. La complejidad de la herencia residía no en el volumen de bienes a repartir, sino en las consecuencias de esa antigua costumbre de la gente del campo de cerrar los tratos con un apretón de manos y unos chatos de vino en la taberna, sin más papeles ni más formalidades. En parte, claro, porque posiblemente ninguna de las partes contratantes sabía leer ni escribir.

Así que, agradecido, se presentó el pasado domingo el pastor en nuestro cortijo encontrándome yo enfrascado en mis tareas domésticas, ya que mi mujer y las niñas habían ido a ver una camada de cachorros de mastín recién nacidos en un cortijo vecino. Concretamente hallábame yo entregado a la poco noble tarea de pasar el plumero para limpiar el polvo y quitar telarañas de la cocina-salón-cuarto de estar-chimenea, todo en la misma habitación (otra de las cosas buenas que tiene el campo es la pluralidad de usos de las distintas dependencias de un cortijo), cuando oí gritar desde el portón “¿quién vive?”. Reconocí al instante la voz del pastor y grité a mi vez “¡pasa Juan, estoy aquí!”. Le vi a través de la ventana cruzar el patio con un saco de los que se usan para el abono de los olivos en su mano derecha que, a simple vista, parecía pesar bastante. Desde la puerta de la casa volvió a gritar “¿se puedeeee?”, pese a que me encontraba a menos de cinco metros de distancia. “¡Pasa hombre, que estás en tu casa!”, le grité a mi vez.

Sin atreverse a cruzar la entrada del salón me miró de arriba abajo desde el umbral y sus ojos se detuvieron en el plumero que yo tenía en la mano derecha.

- ¿Qué haces?- dijo, pero sonó más a exclamación que a pregunta. En Andalucía “¿qué haces?” o “¿dónde vas?” son fórmulas de salutación equivalentes a “buenos días, ¿cómo estás?”. No obstante yo opté por tomarla al pie de la letra.
- Pues ya ves, limpiando el polvo un poco.
- Ya – y quedó un rato pensativo, para añadir segundos más tarde- ¿Es que le ha pasao algo a tu mujer?
- No, ha ido con las niñas a donde el Bartolo a ver los perrillos nuevos, ... ¿querías verla?

Su expresión era la de no dar crédito a lo que sus ojos veían. Contrariado masculló un “entonces ...” y yo sabía lo que venía después (“¿por qué no limpia tu mujer, que pa eso está, y tú vas con las niñas?”), pero por algún motivo prefirió eludir la pregunta.

- Yo es que “sus” traía un choto, por lo de los papeles de mi padre. De parte de mis hermanas y de la mía, claro, mu agradecíos – dijo moviendo el saco, despejando así toda duda acerca de su contenido.
- Hombre Juan, pues muchas gracias pero no os teníais que molestar, hombre, que ya sabes que lo hacemos encantaos – contesté.
- No, si no es molestia. He matao el más “ternico” y te lo he traío ya pelao.- y lanzando una significativa mirada al plumero añadió- ... igual preferías que te lo hubiera traío troceao también.

Aquel último añadido me picó en lo más profundo de mi orgullo, puede que hasta sin razón. Vale que trajera despellejado al animal, una tarea que no es fácil si no tienes mucha práctica y que requiere de cierta infraestructura, pero poner en duda mi capacidad para trocear un choto podía ser sinónimo de cuestionar mi virilidad y no estaba dispuesto a tolerarlo. Uno tiene una reputación que mantener.

- No, está bien así, pero mira, ya que estás aquí lo troceamos ahora mismo en el patio. Espera que voy a por el hacha y me echas una mano agarrándolo mientras le atizo – había que dejar claro que el descuartizador iba a ser el menda, y ante sus propios ojos, así que pronuncié el “atizo” con toda la bravuconería de la que fui capaz.

Dicho y hecho, solté el plumero y entré raudo en busca del hacha. Una vez en el patio sacamos el rojo cadáver del saco y lo pusimos sobre un tronco de madera que ya he utilizado otras veces para tal menester. De haber estado solo habría meditado una y mil veces cada hachazo, la mejor posición en la que colocar la pieza y el lugar exacto en el que descargar cada golpe. Pero en presencia de Juan y con tales antecedentes había que mostrar resolución en el ademán y ninguna vacilación. Así que, como si de mi peor enemigo se tratase, empecé a descargar un hachazo tras otro con verdadera saña sobre el cuerpo inerte del choto, notando como el hacha quebraba en seco cada uno de sus huesos hasta quedar bien clavada en el tronco de madera, mientras profería todo tipo de maldiciones e insultos hacia el desdichado animal.

Unos minutos después, sudando pese a las bajas temperaturas del día, miré satisfecho el montón de carne despiezada.

- ¿Qué? – le espeté a Juan con gran tono de satisfacción - ¿Corta o no corta el hacha?

Él se limitó a asentir con gesto de evidente aprobación. Estaba claro que aquella carnicería había disipado todas sus dudas, y tras despedirse y agradecerle yo una vez más el detalle, se marchó.

A solas otra vez pensé que ya que tenía la carne recién partida no estaría mal una abundante ración de choto al ajillo para acompañar la comida y sorprender con semejante manjar a mi esposa e hijas a su regreso. Por alguna extraña razón, en el campo la única tarea culinaria reservada a los varones es la de mover la masa de las migas cuando se hacen en una lumbre de palos, labor que requiere de grandes dosis de fuerza en la muñeca derecha (o izquierda, si se es zurdo, claro) y que al cabo de unos minutos produce grandes dolores en dicha articulación, por lo que es necesaria la participación de más de un macho, cuyo grado de hombría se mide en proporción directa al tiempo que aguanta rasera en mano, naturalmente.

Pero uno es un “cocinica” irredimible, así que me puse manos a la obra con el choto. El problema fue que, en pleno guiso, se presentó el guarda del coto, viéndome sorprendido por segunda vez en pocas horas en una actitud poco apropiada para un hombre supuestamente de campo como yo.

- ¿Hay alguieeeeen? – gritó desde el portón.
- ¡Pasa Pacoooo, estoy aquí dentro!

Desde el umbral del salón se quedó mirándome, en idéntica pose a la adoptada minutos antes por el pastor, enfundado yo en un delantal rojo de lunares blancos que asemeja un vestido de flamenca, con propaganda de Coca-Cola, que me regaló el dueño de un bar durante la pasada feria. Debía estar verdaderamente ridículo a juzgar por la expresión de su cara, pues resultaba evidente que se estaba descojonando por dentro, aunque consiguió mantener la compostura.

- ¿Qué haces? – la pregunta sonó esta vez a plena incredulidad, como quien sorprende a un suicida instantes antes de lanzarse al vacío.
- Pues ya ves, aquí cocinando. Pasa que en cuanto mueva esto un poco estamos echando unos vinos- contesté con la mayor naturalidad que me fue posible.
- ¿Es que le ha pasao algo a tu mujer?...

Lo malo es que ahora no tenía ningún choto que descuartizar.


NOTA: Como ya habrán deducido, la ilustración que acompaña a este relato la elegí por el hacha, naturalmente.

Campaña pro Reyes Magos

Marienn me ha remitido esto y dice que "estos son de los míos". Desde luego, suscribo el manifiesto punto por punto:

CAMPAÑA EN APOYO A NUESTROS QUERIDOS REYES MAGOS, MARGINADOS Y OLVIDADOS
GRACIAS A UN INVASOR GORDO Y SEBOSO PRODUCTO DEL CONSUMISMO COMPULSIVO...

Estos tres pobres venerables ancianos llevan dos mil años con su PYME,
atendiendo únicamente al mercado español y sin intención de expandirse y
están sufriendo una agresión que amenaza con destruirlos.

Reivindicamos la figura de los Reyes Magos porque:

1. Los Reyes Magos son un símbolo de la multirracialidad y nunca han
tenido problemas de inmigración.

2. Los Reyes Magos son fashion total, su elegancia en el vestir no ha
pasado de moda en dos milenios.

3. Si no existiesen los Reyes Magos, las vacaciones se acabarían el 2 de
Enero.

4. Los Reyes Magos son ecológicos, utilizan vehículos de tracción animal
que con su estiércol contribuyen a fertilizar el suelo patrio (nada de
trineos volando ni gilipolleces que no existen...)

5. Los Reyes Magos generan un montón de puestos de trabajo entre
pajecillos, carteros reales y multitud de gente que va en la cabalgata.

6. De Papá Noel puede hacer cualquier pelagatos, pero para hacer de Reyes Magos se necesitan al menos tres.

7. Los Reyes Magos fomentan la industria del calzado y enseñan a los
niños que las botas se deben limpiar al menos una vez al año. Por contra, el gordinflas exige que se deje un calcetín, prenda proclive a servir de
acomodo de la mugre, cuando no de indecorosos 'tomates'.

8. Los Reyes Magos planifican concienzudamente su trabajo y se retiran
discretamente cuando acaban la función.

9. Santa Claus vive en el Polo norte y por eso es un amargado, los Magos
son de Oriente, cuna de la civilización y por ello de una elegancia no decadente.

10. Los Reyes Magos tuvieron un papel destacado en la Navidad, Santa Claus es un trepa que trata de aprovecharse del negocio y que no participó en nada en los acontecimientos de la Navidad.

11. Los Reyes Magos son de los poquísimos usuarios que mantienen en pie la minería del carbón en Asturias. No lo han cambiado por gas natural ni por bombillitas horteras.

12. Los Reyes Magos lo saben todo. Santa Claus no sabe otra cosa que agitar estúpidamente una campanita.

13. Santa Claus es un zoquete que no respeta los sentimientos de los renos de nariz colorada. No hay documentado ningún caso de maltrato psicológico por parte de los Reyes Magos hacia sus camellos.

14. Los Reyes Magos son agradecidos, siempre se zampan las golosinas que les dejamos en el plato.

15.Sin los Reyes Magos no se habría inventado el Roscón de Reyes.

16.Finalmente, Santa Claus se pasa la vida diciendo '¡Jo, jo, jo!'. Risa
forzada y sin sentido. Señal de estupidez.

Empecemos la campaña en PRO DE NUESTROS QUERIDÍSIMOS Y ANTIQUÍSIMOS REYES
MAGOS, QUE VUELVAN A AFLORAR LAS TRADICIONES CON ARRAIGO CENTENARIO...

Todos los años por estas fechas sufrimos una agresión globalizadora en forma de tipo gordinflón, una manipulación de las mentes de los niños de España y del resto del universo.

Ese adefesio carente del más mínimo sentido de la elegancia en el vestir,
con aspecto de dipsómano avejentado y multirreincidente en el allanamiento de morada por el método del escalo, es un invento de la multinacional más multinacional de todas las multinacionales, Coca-Cola.

En los años 30, cogieron al San Nicolás de la tradición Nórdica, que
originalmente se paseaba vestido de obispo o de duende un tanto
zarrapastroso y lo enfundaron en un atuendo con los colores corporativos
(rojo y blanco).

Desde entonces, generaciones de tiernos infantes de medio mundo han sido machacadas por la publicidad, alienándose hasta tal punto que piensan que un mamarracho publicitario representa todo lo bueno del ser humano.

¡Basta ya!, ¡reivindiquemos nuestras señas de identidad! ¡Abajo Santa Claus y vivan los Reyes Magos!

 

Soneto para una ruptura

Un día, hace ya algunos años, tomaba café con mi enemigo íntimo y le conté los detalles de algunos casos que se presentan en mi despacho. Impresionado, tomó una servilleta y sobre ella escribió lo siguiente:

Un adiós y el estruendo de un portazo
sacude las vidrieras de sus ojos,
preludio de lamentos y sonrojos
que aplana el sentimiento de un mazazo.
.
Los armarios repletos de vacío,
la carta sin abrir del abogado,
la foto del bebé, el cristal rajado,
la húmeda mejilla en pleno estío.
.
Y al cabo del amor, ¿qué es lo que queda?
Silencio y soledad en cualquier parte
y guerras por venir en el juzgado.
.
Y al grito vil de ¡sálvese quien pueda!
se largan los recuerdos, al descarte
del dos de corazones masacrado.

Adelgace por amor

 

 

Leo en la prensa de este fin de semana este genial artículo de Juan Manuel de Prada y lo transcribo por si alguien se anima a ponerse a régimen, si es que no lo está ya.

Hubo un tiempo en que el culto al cuerpo y la beatificación del ejercicio físico como manantial de salud me sumieron en una melancolía perpetua. Daba la impresión de que quienes habíamos decidido engordar pacíficamente, sin someter nuestro organismo a plebeyas contorsiones de gimnasio, estábamos condenados sin remisión al ostracismo social. La proliferación atorrante de dietas milagrosas que garantizaban la esbeltez fue el corolario natural de aquella tenaz propaganda que hizo del deporte y el derramamiento de sudor una especie de religión para abducidos. Quienes seguíamos comiendo a deshoras y practicando el sedentarismo y cultivando con esmero nuestros michelines habíamos ingresado en una categoría marginal, lindante con la escoria infrahumana. Los últimos avances científicos, sin embargo, nos brindan una rendija de esperanza: según leo en una revista de divulgación, el método de adelgazamiento más infalible consiste en enamorarse. Ya nunca más nuestro perímetro abdominal se dirimirá en los gimnasios, esos quirófanos con olor a sobaco.

Por fin los perezosos podremos reivindicar nuestras convicciones, sin temor a ser considerados leprosos o herejes. Contra quienes recomendaban, por ejemplo, la bicicleta estática como método infalible para rebajar grasas podremos oponer el acto mucho menos cansado de enamorarnos platónicamente. ¿Quién querrá a partir de ahora sudar la camiseta, conociendo las infinitas ventajas terapéuticas que proporciona un ‘flechazo’? Según leo, son casi trescientas las sustancias químicas que el organismo libera (y eso sin contar la tan cacareada bilirrubina, que promocionó un célebre cantante sandunguero) cuando resultamos agraciados en la lotería del amor.

La glándula del timo, por ejemplo, que favorece el crecimiento de los huesos y el desarrollo de las gónadas (perdonen que me ponga tan fino), empieza a segregar timina como una descosida, sustancia que atempera los berrinches y estimula el buen humor. La médula suprarrenal, a su vez, reprime la producción de cortisol, la hormona responsable del estrés. El hígado libera grandes dosis de glucosa que actúan como un bálsamo sobre nuestro cansancio muscular y hacen desaparecer las agujetas. Los glóbulos blancos que desfilan por nuestra sangre empiezan a moverse con un mayor ajetreo, aumentando nuestras defensas contra enfermedades de tipo infeccioso y aumentando la presión sanguínea. Pero, sin duda, es el cerebro el que más activamente participa en esta algarabía química desatada por el amor.

Son muchas las sustancias que libera este órgano para el que aún no se ha inventado ningún ejercicio gimnástico convincente, salvo el cultivo de la inteligencia. El cerebro se deshace como un flan, a la vista del ser querido, y empieza a emitir ácido glutámico y feniletilamina a granel, neurotransmisores que nos instalan en una especie de nirvana seráfico, a la vez que envía a la médula espinal grandes contingentes de adrenalina y endorfinas que nos hacen insensibles al dolor. Por si todavía hubiese alguien remiso a las ventajas del enamoramiento como ejercicio salutífero, añadiré que, además, se adelgaza: el subidón de dopamina que experimentamos bloquea la hipófisis y anestesia las reclamaciones del estómago. ¿Se puede pedir más?

Enamorarse no produce contusiones, ni esguinces, ni contracturas, ni siquiera sudor,a diferencia de esos otros ejercicios tan ordinarios que recomiendan los apóstoles de la cultura física. Guarden el chándal en un armario, clausuren sus glándulas sudoríparas, renieguen del ejercicio físico y enamórense sin moverse de la silla, incluso tumbaditos a la bartola. Su salud se lo agradecerá.

Carta a usted, de José Ángel Buesa

Me gusta la sutil ironía que destilan estos versos.
Señora:
 
Según dicen ya tiene usted otro amante.
Lástima que la prisa nunca sea elegante.
Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa,
se resigne a ser viuda, sin haber sido esposa.
 
Y me parece injusto discutirle el derecho
de compartir sus penas sus goces y su lecho
pero el amor señora cuando llega el olvido
también tiene el derecho de un final distinguido.
 
Perdón... Si es que la hiere mi reproche... Perdón
aunque sé que la herida no es en el corazón
Y para perdonarme... Piense si hay más despecho
que en lo que yo le digo, que en lo que usted ha hecho.
 
Pues sepa que una dama con la espalda desnuda
sin luto en una fiesta, puede ser una viuda.
Pero no como tantas de un difunto señor
sino para ella sola, viuda de un gran amor.
 
Y nuestro amor recuerdo, fue un amor diferente
al menos al principio, ya no, naturalmente.
 
Usted será el crepúsculo a la orilla del mar,
que según quien lo mire será hermoso o vulgar.
Usted será la flor que según quien la corta,
es algo que no muere o algo que no importa.
 
O acaso cierta noche de amor y de locura
yo vivía un ensueño y... y usted una aventura.
Si... usted juró cien veces ser para siempre mía
yo besaba sus labios pero no lo creía.
 
Usted sabe y perdóneme que en ese juramento
influye demasiado la dirección del viento.
Por eso no me extraña que ya tenga otro amante
a quien quizás le jure lo mismo en este instante.
 
Y como usted señora ya aprendió a ser infiel
a mí así de repente me da pena por él.
 
Sí es cierto... alguna noche su puerta estuvo abierta
y yo en otra ventana me olvidé de su puerta
O una tarde de lluvia se iluminó mi vida
mirándome en los ojos de una desconocida.
 
Y también es posible que mi amor indolente
desdeñara su vaso bebiendo en la corriente.
Sin embargo señora... Yo con sed o sin sed
nunca pensaba en otra... si la besaba a usted.
 
Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas
pero ni los rosales dan solamente rosas.
Y no digo estas cosas por usted ni por mí
sino por... por los amores que terminan así.
 
Pero vea señora... que diferencia había
entre usted que lloraba... y yo que sonreía.
Pues nuestro amor concluye con finales diversos
usted besando a otro... Yo escribiendo estos versos.

El niño con el pijama de rayas, de John Boyne

El niño con el pijama de rayas

“Estimado lector, estimada lectora:

Aunque el uso habitual de un texto como éste es describir las características de la obra, por una vez nos tomaremos la libertad de hacer una excepción a la norma establecida. No sólo porque el libro que tienes en tus manos es muy difícil de definir, sino porque estamos convencidos de que explicar su contenido estropearía la experiencia de la lectura. Creemos que es importante empezar esta novela sin saber de qué trata ...”

Éste es el comentario que el editor hace en la contraportada del libro, y no seré yo quien le lleve la contraria aunque, sinceramente y después de leerlo, no entiendo a qué viene tanto secretismo. Narrado en clave de cuento infantil, que no tiene nada de cuento y menos de infantil, es un libro que puede llegar a sorprender por la forma en que se muestra el encuentro entre la inocencia y lo monstruoso. Aunque no me ha entusiasmado, me parece muy original la sencillez con la que el autor se acerca a un tema tan sobrecogedor.

Pongo esta reseña porque acabo de saber que ya se está haciendo la inevitable película de este éxito de ventas (tuve que encargarlo en el Corte Inglés y tardaron dos semanas en servírmelo porque estaba agotado en todas partes) y, bueno, ya saben, si quieren leerlo antes de que la peli les estropee la trama aún están a tiempo, no les llevará más de una tarde. Así podrán decir lo de la vaca del chiste: “... me gustó más el libro”.

Un soneto para el finde

Os dejo este soneto escrito por un buen enemigo íntimo mío que he encontrado escarbando entre los archivos de la desolación. Espero que os guste:

 

¿Por qué no me advertiste el primer día

del mórbido peligro de tus besos?

¿Por qué adictiva causa hasta los huesos

calado de pasión te quise mía?

 

¿Por qué no me privaste de los daños

-directos y también colaterales-

al tiempo de entregar tus credenciales

que luego se tornaron desengaños?

 

Propongo a los ministros competentes

prevengan al común de los pardillos

de riesgos que podríanse evitar

 

con letras grandes y luminiscentes

igual que en un cartón de cigarrillos:

"amar a esta mujer puede matar"

 

El día que fui Cyrano de Bergerac

Lo advierto desde ya: hoy vengo dispuesto a pecar ... de inmodestia. Pero ayer en el canal conté a “mis primos” una historia que llevaba mucho tiempo aparcada en algún rincón polvoriento de mi memoria, un recuerdo que desde ese momento lleva pujando por salir a esta pantalla y al final, pese al pudor que me producen estas cosas, no he tenido más remedio que ceder.

Ocurrió en mis años universitarios; años de libros, apuntes desordenados, salidas nocturnas, novietas y ... tuna. Yo nunca fui un miembro “oficial” de la tuna por dos motivos: la sensación de ridículo que me entraba al ir vestido de tal guisa en plena calle y por expresa prohibición de mi madre que, como cualquier madre del mundo, veía en aquella panda de juerguistas musicales en calzón corto y leotardos la perfecta excusa para no tocar un libro en todo el año. Y no le faltaba razón.

Pero una noche asistí a un ensayo de la tuna del colegio mayor en el que residía y aquello fue mi perdición. En uno de los descansos tomé prestada una guitarra y empecé a garabatear algunas notas, hecho que no pasó desapercibido al director del grupo que de inmediato me propuso inminente ingreso.  Me negué por los motivos ya expuestos y llegamos a un acuerdo intermedio: yo sería músico de apoyo en los ensayos con venia para acompañarles en las salidas cuando quisiera. Al año siguiente fui “ascendido” a director musical, que no era otra cosa que el que se curra los arreglos, elige el repertorio y demás zarandajas. Como no tenía que acompañarles “en escena” y mi nombre sólo aparecía en los programas de los pocos certámenes a los que acudíamos -que nadie leía- la fórmula era plenamente satisfactoria a mis intereses: música y anonimato. 

Había un colegial con fama de huraño y poco sociable al que no sin razón, aunque con cierta crueldad, se le otorgó el apodo de “El Neutro” dada su falta de expresividad y comunicación con el resto de compañeros. Pero El Neutro tenía la habitación contigua a la mía, y a base de encuentros casuales al principio, y no tan casuales después, empezamos a trabar cierta amistad.

Una noche mi nuevo amigo, que conocía mis “clandestinas” actividades musicales, llamó a mi puerta y me hizo un encargo que me dejó de piedra: “quiero que compongas una canción para una chica que me gusta”. Yo intenté escabullirme con burdas excusas, pero él lo tenía clarísimo, y aquella fe ciega en mi capacidad artística acabó por abrumarme, lo reconozco. Total, le pedí algunos datos de la chica, cómo se conocieron, ..., en fin, cualquier cosa en la que poder inspirarme. Imagínense la papeleta: componiendo una canción para una tía a la que no había visto en mi vida, de la que todo lo que sabía era que se llamaba Maribel, tenía los ojos verdes y compartía clase con El Neutro. Para empezar no era mucho, pero lo bueno que tiene el amor platónico es que acepta todos los tópicos idealistas y románticos que le quieras meter, y tres días después tenía compuesto un bolero –titulado “Maribel”, naturalmente- que no sonaba demasiado mal.

Llamé esa noche a El Neutro a mi habitación, tomé la guitarra, le mostré mi obra y al hombre se le veía ciertamente emocionado. Modestia aparte, creo que excedió todas sus previsiones. Pero lo que dijo a continuación me dejó más helado aún: “vale, ahora tienes que ir a cantársela”. Yo simulé no haber captado bien el mensaje y le contesté: “vale, no te preocupes, preparamos los arreglos para el resto de intrumentos, la ensayamos unas cuantas veces y para la semana que viene o la siguiente podemos ir a rondar a tu chica”. “No, no es eso” –dijo él. “No quiero que éstos –refiriéndose al resto de colegiales- se enteren de nada, quiero que vayas tú solo a cantársela”. Aunque en cierto modo, conociéndole, comprendía su pudor ante los demás, mayor era el que me producía a mí ir a cantar serenatas “a pelo” a una desconocida. Así que tras mucho debatir le propuse una fórmula intermedia que, aunque no le satisfizo mucho, no tuvo más remedio que aceptar: grabar el tema en una cinta de casette y que él se la entregara.

Así lo hicimos, y reconozco que la noche en que sabía que mi amigo iba a hacer entrega de la grabación a su chica le esperé despierto e impaciente por conocer el resultado. Al fin oí sus pasos en el pasillo y salí a su encuentro. “¿Qué? –le espeté a bocajarro- “¿cómo ha ido?”. Su sonrisa de oreja a oreja y su rostro resplandeciente hacían innecesaria toda respuesta, le faltaba la corona laureada para parecer un césar que entra victorioso en la ciudad. Su relato fue efectivamente la crónica de un triunfo por goleada, aunque al final dijo algo que me incomodó bastante: “dice que le gustaría conocerte, que tienes una voz muy bonita”. Me negué alegando nuestro pacto de total anonimato y convenciéndole de que el intérprete era lo de menos, que podía incluso irrogarse la autoría de la letra y hasta de la música.

Creí que lo había conseguido hasta que al día siguiente le encontré esperándome al salir de clase de la mano de una chica guapísima. Recuerdo que no esperé a presentaciones: “Maribel, supongo. Me temo que me he quedado muy corto en la letra de la canción”. Uno es así de zalamero con las mujeres, no puedo evitarlo.

Lo malo fue que al día siguiente quien me esperaba a la puerta del aula era Maribel sola y al siguiente vino acompañada de un par de amigas, con la excusa de que pasaban por allí y tenían curiosidad por conocerme. Evidentemente habían escuchado la cinta y a mí aquello, en contra de lo que se pueda pensar, me resultaba tremendamente embarazoso, sobre todo porque cada día que pasaba el coro de amigas de la ínclita Maribel iba en aumento. “Tío, acabarás firmando autógrafos” –decía con sorna mi inseparable amigo “Txomín” (el apodo le venía, efectivamente, por el conocido dirigente etarra; imagínense cómo las gastaba mi primo).

Pero tuve la “suerte” de sufrir un esguince de tobillo jugando al rugby en los días siguientes, lo cual me obligó a volver a mi ciudad natal y guardar reposo durante una buena temporada, justo hasta la época de exámenes finales, lo cual acabó de la noche a la mañana con mi “club de fans”, como las llamaba Txomín, y por ende con mi efímera fama.

Dos o tres años después de terminar la carrera asistí a una cena de antiguos alumnos en el colegio mayor y, a los postres, la tuna nos deleitó con una actuación. Tocaron “Maribel” y lamenté la ausencia de El Neutro en esa cena.

No sé qué habrá sido de ellos, pero me gusta imaginar que al final se casaron y son felices, y que de vez en cuando ponen la cinta mientras cenan en casa a la luz de las velas. E imagino a El Neutro reflejado en los inmensos ojos verdes de Maribel y que, entre beso y beso, se acuerdan un poquito de mí.

Perdón por la inmodestia.